martes, 7 de mayo de 2013 0 comentarios

El primer ocaso

Hay días que no se olvidan, que permanecen aunque queramos olvidar. Hay otros momentos, sin embargo, que se olvidaron hace tanto tiempo que nunca nos detenemos a pensar en ellos. Son las ocasiones en que, transcurrido el tiempo, se aglutinan formando un caos de rutina insulsa, como una masa uniforme sobre la que tenemos un pensamiento predefinido, una vida hacia atrás que realmente no recordamos.

De esos momentos, mi pensamiento con sus alas ha recorrido lugares extraños, desconocidos. Como si de una soledad gongorina se tratase ha habitado en tiempos que nunca viví, en sentimientos que nunca tuve y en experiencias imposibles en este mundo. Hoy, como ya hiciera en una ocasión, se ha posado en una ventana y mira a través del cristal un universo al que no pertenecía, pero que ahora comparte.


Un martes primaveral, entre luces encendidas en el hospital brillaba el llanto de una niña recién nacida. Una mirada grisácea que con el tiempo tornaría en oscuro marrón, como los árboles desnudos del invierno abandonado. Una sonrisa entre sus padres y el deseo de vivir de sus manecillas, aferradas a sí mismas. Y en el cristal, el pájaro que la observa entre deseos de nacer ocho meses después.

Ella era la unión de la virginal actitud con el mensaje más iluminador, o quizás era un mar en un cielo envuelto, alguna luna que riela en ese mar. Era un suspiro a punto de brotar. La herencia materna de un nombre unido a las estrellas. Ella era Mariela. Una nueva flor en esta reciente primavera, surgida de la inseguridad entre los cardos, con la belleza tímida de los acianos y bendecida por la mirada de las freesias.

Alegría temprana de los primeros meses para un largo invierno febril de años siguientes. Soledad cariñosa entre cuatro brazos que le enseñan a vivir. Son los años olvidados de una infancia donde se mezclaba el azúcar con la sal. Faltaron las ganas de comer, pero sobró la alegría por vivir. Mientras rosas se marchitaban, esta crecía con la fragilidad sutil del silencio de una sonrisa. Vivió entre cristales, observando un mundo desde la ventana de algún hospital, de algún baño natural, con una tos delicada, tic tac irremediable de los relojes que tanto ha llegado a odiar, aquellos que la privaron de los buenos momentos para alargar todos los veranos que maldijo.


Solo el transcurrir de una vida de vicisitudes la elevaron hasta el jardín recóndito de la desconfianza, fría y oscura celda de la soledad indeseada. Con alas rotas, necesitó la fortaleza de algún ángel que la elevara hasta la más alta cumbre, aunque fuera en la cuna de la inocencia, como si de un nuevo renacer se tratara. Al final, como un relámpago en la travesía por el desierto, la vida.

Se erige como una estatua clásica, con una naturalidad a la que sobran maquillajes. Un ramo de rosas negras coronan su cabeza y mira cariñosa a través de dos cristales, reflejados en ello una ciudad que la cautiva y una luna que la enamora. Y todo pasa como el sueño de alguna noche otoñal, cuando deseó que quedara todo un curso para vivir. Solo queda un lago por donde dos patos cruzan, recordando que ya es mayo, y a la vida le quedan poco más de dos días.

Al menos hoy es siete, y volverán, como los vilanos, los sietes de mayos a florecer en primavera.

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Dos estrellas cruzan el agua como los años pasaron por su alma,
dejando un surco en la arena que ni el agua cierra. Rielando la luna.
Las raíces emergen hacia el cielo ocre como queriendo atraparla,
de lejos se escapa entre las brumas del alba. Sueño inocente.

Rosas negras coronan su nuca, mirada oscura entre dos sonrojos.
Afilada redondez de un curvo pontazgo para besos salados.
Retrato de versos largos, mayos en imprecisiones de una mártir.
Alcázar sensible que se alza altivo tras un negro telón.

Palacio que la cobija entre sus alas, mar inevitable.
Voces capitales claman su inocencia y un niño la vela.
Princesa entre las sábanas de un poeta amante que la escribe,
valiente pluma, la tinta revuelta. Abrazo nocturno.

Despiertan los patos, alzan su vuelo. Ocaso que nace,
los novios brillan. El agua en calma que el sol ya calienta.
Donde acabaron los versos terminaron hoy sus besos,
lágrimas hundidas en el feliz mar eterno.


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