sábado, 31 de mayo de 2014 0 comentarios

Tras un ocaso

El símbolo de un tiempo que se acaba es lo que representa el día de hoy, como un ocaso simboliza el fin de un día, aunque vuelva a amanecer. Y ahora estamos en esa noche, en ese precipicio que desconocemos, pero que también nos invita a una nueva aventura.

En este momento, como cuando se llega al final de una escalada, es momento de mirar atrás y llenarse de nostalgia por la fugacidad de la vida, por la fugacidad de unos años que, aunque rápidos vistos desde ahora, han hecho mella en nosotros y en nuestra forma de ver la vida, de relacionarnos con el mundo y de terminar de formarnos tal y como somos ahora.

Este es ahora el recuerdo a lo que ha sido tu camino, un camino anaranjado ahora, pero que comenzó bicolor o multicolor o discoquetero. Lo desconozco porque no estuve ahí, o lo estuve, pero de una manera distinta a cómo he llegado a estar después.

2010, 2011, 2012, 2013, 2014. Con ellos, residencia, piso, facultades, bibliotecas, clases, comedor, Kapital, Kinépolis, el mirador de San Nicolás o la Alhambra nos vieron pasar como anónimos transeúntes, sin saber que dejaban en nosotros una seña imborrable. Profesores, compañeros, seminarios, conferencias, fiestas, cumpleaños, visitas turísticas, viajes, paisajes, fotografías, regalos, amistades... y amor. Supongo que son parte de las vivencias emprendidas desde que decidimos venir a Granada, algunas esperadas y otras, inesperadamente sorprendentes, pero completamente gratificantes.

Pero de entre todas las cosas que he descubierto en este camino, más allá de la literatura, la lengua, los balances y las marcas, estás tú. Tú que, pese a todo, has alumbrado todo el recorrido. Tú que me has acompañado desde antes de comenzarlo y que ahora yo te acompaño a terminarlo. Nosotros que creamos un sendero único para los dos desde que una broma pasó de ser mentira a ser verdad. Contigo se ha cumplido la mitad de mi sueño y juntos cumpliremos el resto.

Ahora toca cerrar las puertas de un pasado, otra etapa que quemamos, otras personas de las que nos despediremos. Y una ciudad que ha visto la culminación de nuestro crecimiento, de nuestro aprendizaje, de nuestros corazones nacientes. Una ciudad que te ha visto llorar y que te intentó consolar con sus atardeceres, con sus noches en vela... 

Te recuerdo leyendo mis apuntes en el sofá. Creando experimentos en la cocina. Fotografiando una y otra vez el mismo cielo. Rellenando de números folios de cuadros. Intentando venderme un producto para el que habías inventado una campaña. Ruborizándote al pensar que tendrías que hablar en público y sorprendiéndote de mi templanza sin nervios. Quejándote de la cantidad de libros que nos iba a sepultar. Quedándote dormida a mi lado, derrotada tras un examen. Viendo el amanecer juntos antes de soñar. Inventando excusas para quedarte un rato más a mi lado. Recordando otros momentos que no volverán y soñando con los que habrían de llegar o con los que quedaron pendientes. Soñando proyectos juntos y trabajando en otros que ya existían. Recorriendo Granada a todas las horas posibles de un día, incluso a las prohibidas. Cogiendo un bus en el último segundo o esperarlo durante una eternidad. Contemplar una y otra vez la Alhambra, tan solo una vez nevada. Cuadrar nuestras fechas de exámenes y buscar el momento oportuno para disfrutar juntos. Ir al cine y comenzar a verlo de una manera distinta. Descubrirnos mutuamente. Identificarnos sin voces, conocernos solo con un gesto. Repasar las lecciones juntos.

Y saber que ya no viviremos estos momentos como los hemos vivido hasta ahora.

Pero también que nadie los borrará jamás de nuestros recuerdos. De los recuerdos de un amor naciente que surgió de una amistad madurada en el dolor y la risa. 

Y ya solo me quedan palabras de agradecimiento. Y un enhorabuena.

Enhorabuena por llegar al final del camino... y por hacerlo conmigo.

miércoles, 7 de mayo de 2014 0 comentarios

Los años de la soledad

Los años de la soledad imperante son los que menos recuerdo. La memoria se acostumbra a nuestra vida actual y desecha otras formas de vida que ahora resultan lejanas, vanas, olvidadas. Como si hubieran pertenecido a otra persona que no soy yo, que no eres tú. Que no somos nosotros. Podríamos inventarnos nuestros recuerdos, nadie nos dijo que fueran ciertos. Podríamos pensar que siempre vivimos juntos, que no hubo pasado infeliz, sino presente satisfecho. Podríamos, en fin, vencer a la muerte creando la vida.

Pero nos mentiríamos. Y desecharíamos con la tristeza, la alegría. La alegría que me da recordarte como quiero hacerlo, tontamente, como fuimos de niños, de adolescentes. Esos tontos que se reían de todo, que lloraban por todo, que sentían la vida como ya no la sentimos. No es verdad que fuéramos amigos desde el principio, tan solo conocidos en un patio de colegio inmenso, un microcosmos de media hora diaria que nos parecía suficiente. Tú te marchabas a casa con tus padres, yo recorría las calles de Almuñécar. Dos senderos distintos que llevaban, sin embargo, a dos calles de distancia, dos calles insalvables para quienes no se conocen, para quienes estaban, en fin, condenados a no conocerse por las desdichas familiares.


Maduramos nuestra amistad como se hace el buen vino: con tiempo, con toda clase de tiempo. Con ese tiempo de silencios incómodos que atravesaban nuestras ventanas luminosas, con ese tiempo de conversaciones ingenuas en la tierra naranja de un nuevo patio. Con ese tiempo que se hizo largo, que atravesó veranos, que llegó hasta el invierno de un mes de mayo, cuando ya supe que te irías de mi lado.

Pero me mentí. Y juntamos los recuerdos nuevos de vidas distantes, como un rompecabezas del que no conocemos la imagen definitiva, pero nos satisface el colocar las piezas y probar a ver la silueta que vamos creando. Llegaron, creo, tus peores penas. Y cumpliste más años en tres estaciones que en diecinueve primaveras. Sabía que no lo merecías. Quizás por eso supe que mi camino estaba a tu lado, porque tú me dejabas cuidar de un corazón roto y yo intentaba siempre curarlo.

Vinieron entonces otros años. Los que mejor recuerdo. Te he visto sonreír hasta en el rincón más oculto de tu alma. Te he visto llorar las lágrimas que guardabas de tus inviernos. Te he visto ahora en el pasado y he reescrito nuestra historia. Me he divertido imaginándonos felices en una infancia soñada juntos. En una adolescencia sin calles distantes. En corazones vivos. En un futuro vibrante.

Pero miento. Porque también te he fallado. Y he vuelto a traerte los años de la soledad al recuerdo. Y he visto crecer las canas de la nieve de tus lágrimas. Y solo vivo ahora, creo, por ver tu sonrisa.


Por escribir una nueva historia a partir de ahora. Por crear esa infancia para quien venga a ocuparla. Por darte la mano y no soltarla nunca. Por quererte supongo como te he querido siempre: de manera secreta, de manera silente, pero siempre sonriente. 

Y quizás esta sea la única verdad de este recuerdo. El recuerdo que me traen los años que viviremos juntos sobre los que vivimos solos.

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