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martes, 24 de julio de 2012 0 comentarios

Solos

Llegó a casa y comenzó a quitarse la corbata delante del espejo. Después la chaqueta. Cada botón de la camisa. Miró la luz parpadeante de alguna llamada perdida y suspiró, pensando en todos los que lo habrían buscado para algún otro favor. Gente que, mientras esté bien, nunca querrá saber de ti. Esa gente por la que tantas personas que conoce han dado todo, perdiéndose lo más valioso: todos esos años de sonrisas, juegos infantiles y tiempos que sólo existen en fotos que se pierden con el fuego.


Un viaje más. Alejado de casa una noche más. Y deseando recuperar los brazos de quien no está con él. Descuelga el teléfono y la luz sigue parpadeando. Entonces decide esperar al buzón de voz, y es aquel timbre el que le sorprende, el que le hace levantar una sonrisa que mezcla la tristeza de las palabras que oye con la alegría de volver a escuchar su voz.

Ojalá pudieras estar aquí, hasta esta cama se me queda enorme sin ti. Echo en falta tu pelo al despeinártelo, tu voz infantil, tus suaves manos agarrando mi cintura, esa tierna sonrisa de anuncio... Por no decir tu presencia completa, tu calor. Echo de menos un abrazo bajo las sábanas, que me hagas cosquillas o, incluso, que te duermas sin querer. Qué ganas de abrazarte, de tocarte, de acariciarte. De robarte cada uno de tus besos. De compartir miradas que lo digan todo y amaneceres que no callen nada. De coger tu mano para caer rendida en tu sueño y poder sentirme completamente llena. A salvo. Y no despertar nunca de nuestro sueño.

Te necesito. Cada silencio me ahoga, y cada ausencia es un lastre que me va quitando la poca vida que puede quedarme entre estas cuatro paredes. Porque sólo quiero una vida, mi vida, y solamente deseo poder compartirla contigo. No necesito más. Porque quién me ha devuelto la ilusión, quién me ha hecho creer en mí misma y quién me ama, me respeta e, incluso, me mira como nadie antes me miró, eres tú. Y serás tú a quien siempre necesite conmigo. Nunca olvides que aquí, a tu lado, contigo estaré. Porque por todos esos momentos sé que te elegí a ti y que nunca me arrepentiría de volver a hacerlo. 

Y todas estas no son palabras vacías que se perderán en tu olvido, sino una verdad indudable que se quedará conmigo... hasta mi final.

Y la abrazó. Los separaran apenas unos centímetros, una calle o kilómetros de distancia, la abrazó. Quiso que sintiera aquel calor tenue y agradable que proporciona un solo abrazo, una caricia, un te quiero susurrado. Y decirle que la echaba de menos también, que con ella volvía a ser quien realmente era. Que sin ella sólo había máscaras creadas por un mundo que la parecía cruel. Como don Julián en los pazos de Ulloa, él se siente perdido entre la falta de valores en los que confiaba, y esas mismas personas que se lo enseñaron todo también fallaron. Y cuando todo falla, sólo le queda abrazarla. Confesar que podría recorrer todo el mundo junto a ella, sin caminos suficientes para ocupar todo el amor que le profesaba. Que se perdería en la oscuridad de sus ojos y en la suavidad de su piel.


Que buscaría una sonrisa detrás de cada lágrima. Y, entonces, reirían para la eternidad. Porque, a veces, reímos para la eternidad. Esa sonrisa es la que vale, sincera y única. Aún cuando todos piensan que la vida no merece la pena, hay cosas que la merecen.

Hay personas por las que vivir, hay momentos por los que vivir, hay vida más allá de todo lo que pensamos que es diversión. Y hoy él quiere abrazarla con más fuerza que nunca, hoy fue uno de esos días en que te apagas y no quieres nada. Fue una de esas noches para olvidar, envolverlas en velos de silencios. Porque a veces hay cosas que merecen el olvido, que no se merecen más atención. Porque cuando les prestamos atención a esas cosas, olvidamos las que relamente merecen la pena. Olvidamos que hay sueños que cumplir tomando la mano de esa persona a la que tanto quieres.

Se tumba en la soledad de un cuarto vacío que poco tiene que ver con lo que ahora es. Mira al techo fijamente y piensa que detrás de ese techo está el cielo, con una estrella y una luna que siempre le acompañan allí donde vaya, como el aire marino que tanto le recuerda a casa, que también le recuerdan a ella, a la que añora y echa de menos cada segundo que pasa más. Piensa que ojalá volvieran algunos días de un pasado donde hubo risas, pero también piensa que quiere que llegue un futuro donde las haya de nuevo. Donde ya no sea él quien necesite tomar la mano de otra persona, sino que una personita, un sueño, sea quien necesite sus brazos y su fuerza para seguir adelante. 


Dará igual el nombre, siempre que en la otra mano pueda sujetar a la persona que más quiere y querrá. Porque hay cosas de las que estar seguro, como cada fragmento de una cadena que forma una esclava, que juntos componen los eslabones de una vida que gira y gira, pero que nunca se ha de romper. Agarra el teléfono, marca su número y espera que, por todas las veces que él no estaba al otro lado de la línea, ella sí esté. Y comienza a hablar.

Cariño, sé que tardo en decirte las cosas, sé que te tendré que pedir perdón mil veces, sé que nos echaremos de menos, sé que sufres. Pero también sé que hay un tiempo donde todo eso habrá merecido la pena. Porque hay escalones que subir, escalones que a veces cuestan, pero están para subirlos, para superarlos. Cuando nos volvamos a encontrar, cuando nuestros brazos se fundan de nuevo, cuando volvamos a mirarnos a los ojos, cuando sintamos la calidez de nuestra piel, sabrás que todo eso sólo es una página que ha pasado. Que hay un tiempo feliz para los dos y sólo para los dos. Que hay días que superar y días que desearíamos que nunca llegaran a terminar. Que hay cielos que quisiéramos que se apagaran ya y cielos que quisiéramos que se detuvieran un segundo más. Que hay lágrimas que odiamos igual que otras que nos hacen sentirnos únicos. Y que hay voces que no desearíamos oír nunca y otras que estamos deseando escuchar por primera vez.
 

Que hay pesadillas que vivimos y sueños que deseamos vivir. Y todo llegará. Todo llegará mientras estemos juntos. Porque nada hay en esta vida de lo que esté más seguro.


Un fragmento de este texto pertenece a Confesiones de una noche de verano
martes, 31 de enero de 2012 2 comentarios

El día

Era 31 de enero de 1992. Una fría mañana invernal cercana aún al amanecer de un sol que despuntaba sobre una ciudad que había pasado días de mínimas temperaturas. Ese día, como tantos otros, ella se había despertado y había seguido su rutina. Sin embargo, quizás porque lo sintió, o quizás porque así debía ser, se decidió a dar por hecho que aquel era el día, ese que tanto había estado esperando. Todo comenzó con un simple dolor de espalda. Quizás no fuera nada más que eso: un dolor de espalda.

Pero a las 09:14 de la mañana de ese viernes 31 de enero de 1992 nació la criatura por la que había pasado aquellos casi nueve meses esperando. Casi nueve, porque él debía haber nacido el 14 de febrero, quizás se adelantara para evitar llamarse Valentín, quizás, simplemente, sería un reflejo de que su auténtico corazón estaría envuelto en el frío de un mes más invernal. Le pusieron el nombre de su padre, el que, a su vez, lo había recibido por un hermano de su madre y por la devoción que ésta tenía hacia Cristo: Luis Jesús.

Fueron unos tiempos extraños y, en cierta forma, complicados. Pero las ganas de vivir del niño recién nacido junto a la pericia de algunos médicos, lograron sacar adelante la vida de quien ahora escribe ésto, de quien tuvo que superar con un mes de vida una operación para seguir vivo. Como tantas veces ha tenido que superar los baches de una vida humana, como cualquier otra persona, pero siempre desde su particular punto de vista.


Mucho se ha hablado -sincera o falsamente- de él. Aunque tan sólo él puede estar seguro de lo que se cuece en su interior. Tampoco le gusta demasiado demostrarlo, quizás porque prefiere permanecer a un lado y molestar poco, ya era así de pequeño cuando, por miedo a despertar a los cansados adultos, jugaba con el silencio de su imaginación entre mundos que él mismo inventaba (quizás en éso no ha cambiado mucho).

Ahora se ve reflejado en esos niños que juegan algo apartados, como en su propio mundo. Un mundo único donde cualquiera podía entrar, cualquiera que quisiera recibir el cariño de una sonrisa, algo que siempre fue típico en esa niñez y que, con el tiempo, se ha fosilizado para los momentos donde mereciera la pena sonreír, reír, romper la carcajada. A vista de todos, es una persona seria. A vista de quienes lo conocen, es... bueno, él no lo sabe. Porque, después de todo, cada uno tendrá su propia y personal opinión sobre él. Y yo, obviamente, él, no puede saberlo para escribirlo.

Tan sólo puede hablar de todos los errores y aciertos que le han llevado hasta este lugar. Hasta una maravillosa ciudad llamada Granada. Hasta una vida universitaria y el comienzo de un proyecto de futuro en sus amadas letras. Hasta esos veinte años que han pasado intensos y, a la vez, tan breves.


Quizás porque cuando nos percatamos de ese tiempo que ha pasado, es como si no hubiera pasado: 20 años. Y parece que fuera ayer cuando sonreía en esa foto con aquella camiseta que me estaba grande, y ahora sonrío a la cámara cruzado de brazos, con ese estilo clasicista al que me he acomodado. Muchas cosas han cambiado, pero en el fondo todo sigue igual.

Él espera a que alguien se una a ese mundo propio, a ese sueño. Un sueño que ha compartido con muchos, pero que esos mismos han, por tantas razones, abandonado. Él, a veces, no los comprendió, y otras, sí. Pero al menos sabe que ahora, en este tiempo presente, que corre, y que siempre es el que importa, tiene a su lado a esas personas que tanto estima y que seguro sabrán quiénes son si leen este texto.

Comenzando por aquellos que le dieron el tesoro más importante que se puede dar: la vida.

Y terminando por aquellos que, de una forma u otra, alegran cada día. Ya sea con su presencia, con sus palabras o con su sonrisa. Porque él estará contento simplemente si no vuelven a caer. Y ahora comienza el año. Porque como dijo una compañera, nunca hay un día específico para comenzar un año: ¿qué importa que sea 31 de diciembre o 14 de marzo? Para mí será el 31 de enero.

Porque cada uno de esos 31 de enero, a las 9:14 de la mañana, será como si hubiera vuelto a nacer.

Y tendré que dar gracias a todos aquellos que, de una forma u otra, han hecho posible esta vida.



sábado, 10 de diciembre de 2011 1 comentarios

Por si no me conocías

Cuando miraba a su alrededor sólo veía recuerdos, tristes o alegres, pero recuerdos de otros tiempos pasados. Era el lugar donde había lo había vivido todo, desde sus mejores risas hastas sus peores lágrimas. Allí aprendió a sufrir y también a levantarse. Allí quedaban marcados entre antiguos regalos las relaciones que se olvidaron en el insípido y mal nombrado odio. Cierra los ojos y piensa que en otro lugar, a 90 kms de donde está, no hay recuerdos tan profundos que se claven dentro de él. 

¿Por qué se le hace tan fácil vivir solo y tan lejos de casa? Porque allí donde está puede comenzar una nueva vida: ya no ser quien fue sino quien quiere ser. Sin fundamentos, sin apariencias.

Vive la realidad de querer saber donde está y mantenerse siendo quien es. Se sorprende de que al volver a casa, todo sea distinto y, a la vez, tan semejante. Reencontrarse con viejos conocidos tiene ahora un cariz distinto, aunque en verdad apenas los viera antes, ahora cuando los ve la experiencia se nota distinta, como si todo hubiera cambiado, cuando sólo son sus ojos los que se endurecieron con la vida. Pero en el fondo, él se nota igual.



Él, que se creó una barrera de insensiblidad tras todas las derrotas que sufrió, espera un tiempo mejor que vendrá, disfruta, porque no está triste, porque ya no va a estar triste. No quiere dar más de lo que en verdad da y está fingiendo que no le importa, cuando sí lo hace. Porque no sabe definir donde están los límites y se pierde entre los pensamientos de los demás. Él, es peor que las sombras que mienten, porque al menos las sombras expresan lo que quieren. Él, se defiende de los argumentos queriendo decir que no es así: dejadlo en paz, él tomó sus decisiones y no tiene que ser como los demás.

No le gusta salir, no le gusta vivir así. Prefiere un café por la tarde que una copa en la noche. Unas cuerdas de guitarra que la música de una discoteca. Una partida de billar que una partida de a ver quien bebe más. Le gustaría bailar, pero hace tiempo que se volvió tímido y vuelve a pensar... que en otro tiempo nada fue igual.

Él, es un manazas al cuadrado, no sabe exactamente qué quieren los demás e intenta hacer lo que puede, se equivoca y vuelve a errar, le faltan explicaciones y se calla. Se calla porque él es así. A él le han dado cientos de oportunidades de tener otras vidas... pero él decidió no aceptar ninguna. Se mantiene fiel a su idea y sabe que así es feliz, porque él no encontrará la alegría en la marcha de un bar, sino en las conversaciones de paseos cerca del mar... o por rincones desde donde se vea la ciudad.

Y lo peor es que los demás juzgan sobre él. Piensan que pobre, no sabe vivir la vida, pobre, que se preocupa por los demás así porque sí, que se dedica a buscarse ocupaciones, ¿para qué? Para nada.
 
Él no piensa que algo pueda ser o no importante, sólo piensa que para la otra persona lo es, y si le preocupa, ¿qué más dará si es o no importante para él? Lo peor es el silencio y la distancia cuando él busca colaborar. Es cierto que a veces no entenderá, no comprenderá, pero se cansa, se cansa de que le den vueltas y entonces decide cortar, apagar, dormir y esperar... Siempre esperar a que llegue la calma.

Él es feliz así. Muchos dirán que pobre iluso, que verá su vida pasar sin disfrutar de lo que muchos han hecho, han bebido y han tenido. Pero él sólo se encogerá de hombros, sonreirá y contará un chiste malo que sólo él entenderá. No le importa.

Nunca le importó que los demás pensaran éso de él.

Él sigue esperando. Sigue parado en la estación, recordando los trenes que pasaron y las ocasiones en que se marcharon.

Dicen que en su vida no pasa nada... pero a él le da vertigo pensar en todo lo que ha pasado.


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¿Cómo llegamos aquí?

Nunca he sentido la necesidad de explicarme, simplemente estaba allí en el preciso momento en que debía estar. Quizás un poco más pronto y un poco más tarde, pero en el instante justo. Y si tuviera que olvidar algunos de esos fragmentos, preferiría morir, pues sin esos recuerdos dejaría de ser quien he llegado a ser.
En ese camino encontré luces y sombras. Alas y fuego. Fango y tierra. Me perdí entre los senderos donde hallaría lo que nunca esperé. Y en ese camino, me detuve y dirigí la vista atrás.

En la frontera entre todo lo que me había pasado y todo lo que me estaba a punto de pasar.
En una frontera olvidada.

En esta frontera.

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