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jueves, 28 de diciembre de 2017 0 comentarios

La metamorfosis del amor

A MB.

En las noches tenues, de cielo despejado y frío, con estrellas en el cielo, le gustaba mirar por la ventana hacia el cielo y soñar despierta en todos esos mundos posibles, pasados o futuros. Y preguntarse entonces por el amor.
-¿Te amaré para siempre como te quiero ahora?
Me preguntó una de esas noches, mientras la última nota del piano se desvanecía en el aire. Nos miramos, ella con curiosidad risueña, yo con cierta inquietud, pensando que mi respuesta quizás borraría aquella serenidad.
-No.
Dejé que la respuesta sonara seca y aislada. Como una piedra que cae en el agua mansa de un lago. La tormenta surgió como esperaba en el brillo de sus ojos. Noté la decepción abrazando a la ansiedad. Las preguntas se abalanzaban dando paso a la inseguridad.
-¿Por qué? ¿Por qué dices que no?
-Porque nunca el amor es el mismo a cada momento, igual que resulta imposible bañarse en el mismo río, cariño. 
Me levanté para abrazarla por detrás, mientras ella seguía mirando hacia el cielo, buscando quizás una mejor explicación.
-No será siempre igual -me reafirmé.
-¿Qué quieres decir? -insistió- ¿Todo se acaba? 
-No, la esencia se mantiene. El amor seguirá estando, pero no será el mismo. Un día comenzó el aleteo de una mariposa, entonces tan solo nos queríamos, sí, nos queríamos, como se quieren los amigos cercanos. Entre la confianza y las bromas juveniles. Pero aquello pasó también, cambió.
Le di la vuelta para que nuestras miradas volvieran a cruzarse.
-¿Recuerdas aquellos días tras confesarnos nuestro amor? ¿Aquellos tenues roces con los que avanzábamos lentos hacia la pasión? Algún beso suelto, un baile a destiempo entre la multitud, las confesiones a nuestros otros amigos, dormir separados por pudor o ni rozarnos cuando decidimos compartir habitación. Ese timidez de nuestros cuerpos que retenía todo el torrente que bullía dentro, ¿lo recuerdas?


Asintió, comprendiendo entonces mis palabras.
-Claro, sí, me acuerdo bien -dijo mientras con su mano acariciaba mi mejilla- También lo que vino después. Aquellos viajes, aquellos regalos, los aniversarios, cuando conocimos a nuestras familias... También las discusiones, los momentos de rabia, esa incomprensión... Y después...
-Y después, y después... Hasta ahora -bajó la mano, la sujeté- Ha habido momentos para dejarnos marcados a piel. Y otros que nos gustaría olvidar. En todos estos años, nuestro amor cambió, como creo que cambiará. Ya no somos los mismos, cariño, pero seguimos amándonos y seguiremos cambiando ese amor. A nuestro particular modo, como cada pareja se ama, sin más. No temas lo que vendrá, ni bueno, ni malo, porque dependerá de nosotros.
Me besó. Quizás para callarme, quizás para pasar a otra cosa. Aquella noche el frío se acabó rápido. También las inseguridades, los miedos. Tan solo quedó desnudo el amor. Un amor que ya empezaba a cambiar.

Cuando desperté a su lado, con la mañana cayendo entre nosotros, tan solo pensé que no sabría adivinar echando la vista atrás cómo había llegado hasta ese lugar en aquel momento, pero que me gustaría recordarlo para siempre.



domingo, 18 de diciembre de 2016 0 comentarios

Las imperfecciones de tu belleza

Anoche, como cada noche en las últimas semanas, te quedaste dormida antes que yo. Y como todas esas noches, antes de apagar la luz, cerré el libro que estaba leyendo y me quedé mirándote. No, no estabas guapa. No eras lo mejor que he visto en mi vida. No tenías una expresión que pudiera sustituir otros rostros, otras caras. Pero allí estabas, durmiendo a mi lado. Segura, tranquila, en calma. Y me daba igual que se te torciera el gesto por la gravedad, que tuvieras la marca de la sábana en la mejilla, que se note entre tus ojos la señal de las gafas quitadas. No me importa que tu pelo se distribuya salvaje por toda la almohada.

Mañana, cuando estés despierta, quizás otro día, trataré de hacernos una foto en cualquier momento. Y te quejarás, y me dirás que estás fea, que ahora no, que qué mal sales. Anoche no te importaba. Y a mí tampoco lo hará mañana. No duermo a tu lado por tu belleza, no espero que siempre estés perfecta, no quiero que nuestros recuerdos sean una pose mal disimulada para quedar bien, sino la sonrisa espontánea de algún buen momento, nosotros despeinados al amanecer, compartiendo en la intimidad uno de esos breves instantes eternos.


Nunca te quise por tu belleza. No puedo amar a nadie por su belleza. Sería como tratar de querer vivir siempre en un instante imperecedero, sería mentirme, engañarte, sería caer en una trampa que nos tienden continuamente. La idea de que debemos ser siempre jóvenes, siempre bellos, siempre perfectos, la idea de que no te puedo querer con tus defectos, de fingir que no hay ninguna arruga, de que no me fije en tu marca de nacimiento, de que acaso no sepa que escondes bajo la ropa. De que no sepa que te quiero porque eres tú y no porque es tu cuerpo.

Todo se desvanecerá, como se pudre la fruta que olvidamos, como caducan las hojas que pisaron nuestros pies, como se derretirán las cimas que ahora arden de blanco furor. Y aún así, me quedará ese momento, junto a una tenue luz, en que te pueda mirar y, en verdad, no te mire. Porque nunca amaré ninguna imagen particular. Porque te amo a ti, a todas tus imágenes, a todos tus sonidos, a toda tu vida. Y anoche, mientras dormías a mi lado, mientras torcías el gesto, mientras te despeinabas, también.
martes, 24 de julio de 2012 0 comentarios

Solos

Llegó a casa y comenzó a quitarse la corbata delante del espejo. Después la chaqueta. Cada botón de la camisa. Miró la luz parpadeante de alguna llamada perdida y suspiró, pensando en todos los que lo habrían buscado para algún otro favor. Gente que, mientras esté bien, nunca querrá saber de ti. Esa gente por la que tantas personas que conoce han dado todo, perdiéndose lo más valioso: todos esos años de sonrisas, juegos infantiles y tiempos que sólo existen en fotos que se pierden con el fuego.


Un viaje más. Alejado de casa una noche más. Y deseando recuperar los brazos de quien no está con él. Descuelga el teléfono y la luz sigue parpadeando. Entonces decide esperar al buzón de voz, y es aquel timbre el que le sorprende, el que le hace levantar una sonrisa que mezcla la tristeza de las palabras que oye con la alegría de volver a escuchar su voz.

Ojalá pudieras estar aquí, hasta esta cama se me queda enorme sin ti. Echo en falta tu pelo al despeinártelo, tu voz infantil, tus suaves manos agarrando mi cintura, esa tierna sonrisa de anuncio... Por no decir tu presencia completa, tu calor. Echo de menos un abrazo bajo las sábanas, que me hagas cosquillas o, incluso, que te duermas sin querer. Qué ganas de abrazarte, de tocarte, de acariciarte. De robarte cada uno de tus besos. De compartir miradas que lo digan todo y amaneceres que no callen nada. De coger tu mano para caer rendida en tu sueño y poder sentirme completamente llena. A salvo. Y no despertar nunca de nuestro sueño.

Te necesito. Cada silencio me ahoga, y cada ausencia es un lastre que me va quitando la poca vida que puede quedarme entre estas cuatro paredes. Porque sólo quiero una vida, mi vida, y solamente deseo poder compartirla contigo. No necesito más. Porque quién me ha devuelto la ilusión, quién me ha hecho creer en mí misma y quién me ama, me respeta e, incluso, me mira como nadie antes me miró, eres tú. Y serás tú a quien siempre necesite conmigo. Nunca olvides que aquí, a tu lado, contigo estaré. Porque por todos esos momentos sé que te elegí a ti y que nunca me arrepentiría de volver a hacerlo. 

Y todas estas no son palabras vacías que se perderán en tu olvido, sino una verdad indudable que se quedará conmigo... hasta mi final.

Y la abrazó. Los separaran apenas unos centímetros, una calle o kilómetros de distancia, la abrazó. Quiso que sintiera aquel calor tenue y agradable que proporciona un solo abrazo, una caricia, un te quiero susurrado. Y decirle que la echaba de menos también, que con ella volvía a ser quien realmente era. Que sin ella sólo había máscaras creadas por un mundo que la parecía cruel. Como don Julián en los pazos de Ulloa, él se siente perdido entre la falta de valores en los que confiaba, y esas mismas personas que se lo enseñaron todo también fallaron. Y cuando todo falla, sólo le queda abrazarla. Confesar que podría recorrer todo el mundo junto a ella, sin caminos suficientes para ocupar todo el amor que le profesaba. Que se perdería en la oscuridad de sus ojos y en la suavidad de su piel.


Que buscaría una sonrisa detrás de cada lágrima. Y, entonces, reirían para la eternidad. Porque, a veces, reímos para la eternidad. Esa sonrisa es la que vale, sincera y única. Aún cuando todos piensan que la vida no merece la pena, hay cosas que la merecen.

Hay personas por las que vivir, hay momentos por los que vivir, hay vida más allá de todo lo que pensamos que es diversión. Y hoy él quiere abrazarla con más fuerza que nunca, hoy fue uno de esos días en que te apagas y no quieres nada. Fue una de esas noches para olvidar, envolverlas en velos de silencios. Porque a veces hay cosas que merecen el olvido, que no se merecen más atención. Porque cuando les prestamos atención a esas cosas, olvidamos las que relamente merecen la pena. Olvidamos que hay sueños que cumplir tomando la mano de esa persona a la que tanto quieres.

Se tumba en la soledad de un cuarto vacío que poco tiene que ver con lo que ahora es. Mira al techo fijamente y piensa que detrás de ese techo está el cielo, con una estrella y una luna que siempre le acompañan allí donde vaya, como el aire marino que tanto le recuerda a casa, que también le recuerdan a ella, a la que añora y echa de menos cada segundo que pasa más. Piensa que ojalá volvieran algunos días de un pasado donde hubo risas, pero también piensa que quiere que llegue un futuro donde las haya de nuevo. Donde ya no sea él quien necesite tomar la mano de otra persona, sino que una personita, un sueño, sea quien necesite sus brazos y su fuerza para seguir adelante. 


Dará igual el nombre, siempre que en la otra mano pueda sujetar a la persona que más quiere y querrá. Porque hay cosas de las que estar seguro, como cada fragmento de una cadena que forma una esclava, que juntos componen los eslabones de una vida que gira y gira, pero que nunca se ha de romper. Agarra el teléfono, marca su número y espera que, por todas las veces que él no estaba al otro lado de la línea, ella sí esté. Y comienza a hablar.

Cariño, sé que tardo en decirte las cosas, sé que te tendré que pedir perdón mil veces, sé que nos echaremos de menos, sé que sufres. Pero también sé que hay un tiempo donde todo eso habrá merecido la pena. Porque hay escalones que subir, escalones que a veces cuestan, pero están para subirlos, para superarlos. Cuando nos volvamos a encontrar, cuando nuestros brazos se fundan de nuevo, cuando volvamos a mirarnos a los ojos, cuando sintamos la calidez de nuestra piel, sabrás que todo eso sólo es una página que ha pasado. Que hay un tiempo feliz para los dos y sólo para los dos. Que hay días que superar y días que desearíamos que nunca llegaran a terminar. Que hay cielos que quisiéramos que se apagaran ya y cielos que quisiéramos que se detuvieran un segundo más. Que hay lágrimas que odiamos igual que otras que nos hacen sentirnos únicos. Y que hay voces que no desearíamos oír nunca y otras que estamos deseando escuchar por primera vez.
 

Que hay pesadillas que vivimos y sueños que deseamos vivir. Y todo llegará. Todo llegará mientras estemos juntos. Porque nada hay en esta vida de lo que esté más seguro.


Un fragmento de este texto pertenece a Confesiones de una noche de verano

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