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miércoles, 26 de agosto de 2015 0 comentarios

Nunca por los demás

-A pesar de tener una legión de seguidores, muy pocos saben quién se esconde detrás de tanta fama. Parece disfrutar manteniendo su intimidad y su pasado a salvo, ¿o está ocultando algo?

Nuestro entrevistado se tomó con paciencia su respuesta, comenzando a encenderse un cigarro al que llegó a dar una calada, para después soltar el humo por la boca y sonreír.

-Soy una persona humilde, sencilla, llegué al éxito por casualidad. Pero no, no tengo nada que ocultar. No hay cadáveres en mi armario, ni en mi maletero.

-Aún así, no es una persona a la que le guste hablar de su pasado. Seguro que le han hecho esta pregunta muchas veces, pero, ¿por qué cantar? ¿De dónde le viene esa pasión?

-Creo que he mentido muchas veces, pero, ¿sabe? Le voy a ser sincero. La casualidad fue el éxito, no la música. La música siempre estuvo ahí. Eso me valió bastantes disgustos, la verdad. Cuando recuerdo aquellos días hay una mezcla de rabia y nostalgia, porque cantaba porque quería, cantaba lo que oía por la radio, por la televisión, tenía a mis amigos cansados de mí. Pero lo peor era que no siempre tuve buena voz y ni siquiera afinaba. Algunos se burlaban de mí, lo recuerdo bien, me decían que cantara y se reían. Se puede decir que eran cosas de críos, no sé, pero ahí están, hundiendo la vida y los sueños a otros. Yo nunca fui cobarde, aunque fueran mayores que yo, y les gritaba que ya se dejarían de reír, que ya me verían cuando fuera famoso. Si otros habían podido llegar a vivir de su música, ¿por qué yo no? Me preguntaba. Y se lo iba diciendo a todos. Y se reían de mí, claro.


-Ahora muchos de ellos se estarán arrepintiendo, ¿nadie le apoyó en aquel momento? ¿Su familia...?

Se retorció un poco en su asiento y cortó mi pregunta.

-En verdad llegó un momento en que me daba igual, porque dejé de contar mi sueño. Mis padres no podían permitirse darme una educación musical y al final nunca me la dieron, pero tampoco cortaron mis alas. Sin embargo, creo que mi padre me dio la mejor lección para empezar este viaje. Siempre pensé que él no entendía mi sueño, aunque al tiempo he logrado comprender que quizás sí lo hizo. Quizás más de lo que nunca pueda creer. Nunca se salió de lo que había sido una vida encarrilada: su familia, su trabajo, su pueblo. Y, sin embargo, estaban esas tardes de domingo sentado en la terraza de nuestro piso, mirando al cielo, viendo volar a los pájaros. Mientras que una máquina de escribir iba cogiendo polvo en el escritorio del salón. Siempre me pareció que por las noches la escuchaba, pero con el tiempo llegué a pensar que eran ensoñaciones de mi infancia. Ahora sé que escribía, que siempre quiso escribir, que tenía un sueño como yo. Es curioso pensar que pasas gran parte de tu vida creciendo con alguien que te conoce desde que naciste pero del que tú, al final, llegas a saber tan poco. Supo que sufría esas burlas, supo que yo iba por ahí contando mis sueños. Y solo me dijo que si tenía un sueño, no lo aireara por ahí. Que era mejor que nadie lo supiera, no solo porque lo convertirían en un chismorreo, sino porque me lo recordarían, especialmente, me dijo, cuando no lo hubiera podido cumplir o cuando hubiera dejado de ser mi sueño. Cuando le dije que de verdad era lo que quería hacer, solo se encogió de hombros y me respondió que, en tal caso, lo debía hacer por mí mismo, no para demostrarle nada a nadie. Y desde entonces no volví a hablarle de mis sueños a nadie. No hasta que los cumpliera.

Tiró la ceniza. Dio otra calada y el humo que soltó después se quedó un rato en el ambiente, como el silencio.

-¿Su padre está orgulloso de que haya cumplido su sueño?

-Ojalá pudiera saberlo. Falleció un verano durante una de esas tardes de domingo, sentado en su terraza, cuando yo tenía once años. Creo que nunca llegó a ver ningún sueño cumplido.
miércoles, 7 de mayo de 2014 0 comentarios

Los años de la soledad

Los años de la soledad imperante son los que menos recuerdo. La memoria se acostumbra a nuestra vida actual y desecha otras formas de vida que ahora resultan lejanas, vanas, olvidadas. Como si hubieran pertenecido a otra persona que no soy yo, que no eres tú. Que no somos nosotros. Podríamos inventarnos nuestros recuerdos, nadie nos dijo que fueran ciertos. Podríamos pensar que siempre vivimos juntos, que no hubo pasado infeliz, sino presente satisfecho. Podríamos, en fin, vencer a la muerte creando la vida.

Pero nos mentiríamos. Y desecharíamos con la tristeza, la alegría. La alegría que me da recordarte como quiero hacerlo, tontamente, como fuimos de niños, de adolescentes. Esos tontos que se reían de todo, que lloraban por todo, que sentían la vida como ya no la sentimos. No es verdad que fuéramos amigos desde el principio, tan solo conocidos en un patio de colegio inmenso, un microcosmos de media hora diaria que nos parecía suficiente. Tú te marchabas a casa con tus padres, yo recorría las calles de Almuñécar. Dos senderos distintos que llevaban, sin embargo, a dos calles de distancia, dos calles insalvables para quienes no se conocen, para quienes estaban, en fin, condenados a no conocerse por las desdichas familiares.


Maduramos nuestra amistad como se hace el buen vino: con tiempo, con toda clase de tiempo. Con ese tiempo de silencios incómodos que atravesaban nuestras ventanas luminosas, con ese tiempo de conversaciones ingenuas en la tierra naranja de un nuevo patio. Con ese tiempo que se hizo largo, que atravesó veranos, que llegó hasta el invierno de un mes de mayo, cuando ya supe que te irías de mi lado.

Pero me mentí. Y juntamos los recuerdos nuevos de vidas distantes, como un rompecabezas del que no conocemos la imagen definitiva, pero nos satisface el colocar las piezas y probar a ver la silueta que vamos creando. Llegaron, creo, tus peores penas. Y cumpliste más años en tres estaciones que en diecinueve primaveras. Sabía que no lo merecías. Quizás por eso supe que mi camino estaba a tu lado, porque tú me dejabas cuidar de un corazón roto y yo intentaba siempre curarlo.

Vinieron entonces otros años. Los que mejor recuerdo. Te he visto sonreír hasta en el rincón más oculto de tu alma. Te he visto llorar las lágrimas que guardabas de tus inviernos. Te he visto ahora en el pasado y he reescrito nuestra historia. Me he divertido imaginándonos felices en una infancia soñada juntos. En una adolescencia sin calles distantes. En corazones vivos. En un futuro vibrante.

Pero miento. Porque también te he fallado. Y he vuelto a traerte los años de la soledad al recuerdo. Y he visto crecer las canas de la nieve de tus lágrimas. Y solo vivo ahora, creo, por ver tu sonrisa.


Por escribir una nueva historia a partir de ahora. Por crear esa infancia para quien venga a ocuparla. Por darte la mano y no soltarla nunca. Por quererte supongo como te he querido siempre: de manera secreta, de manera silente, pero siempre sonriente. 

Y quizás esta sea la única verdad de este recuerdo. El recuerdo que me traen los años que viviremos juntos sobre los que vivimos solos.
martes, 13 de agosto de 2013 0 comentarios

La casa de una vida

He soñado muchas vidas a mi alrededor, he creado en mi cabeza imágenes sin definir, rostros que esperan ser nombrados, nombres que buscan su dueño. Visité cientos de mundos ajenos, pude crear de arcilla los propios. Dejé arder los recuerdos que nunca debieron ser hechos e hice una habitación donde guardaría todo lo que se relacionara con ella. Su nombre, sus vestidos, su olor, su rostro, su mano, su suavidad, sus gafas y sus ojos de inocencia.

Allí decidí guardar el patio de una escuela y el de dos institutos. Las papeleras junto a las que nos sentamos, los soles que se ocultaron ante nuestra mirada y todas las fotografías donde encerraron nuestras almas. También guardé sus lágrimas, todas las que yo provoqué y todas las que ayudé a borrar. Reservo también las noches que pasamos juntos y los besos que la luna veló por nosotros. Guardo el pelo que acaricié y la piel por la que me deslicé, y sueño tener también el brillo de sus ojos para alumbrar la habitación.


Las mesas reservadas en cualquier restaurante soportan sobre sí todos los platos que cociné para ella. En el techo de nuestra habitación se posan las estrellas que se desvanecieron en cada amanecer. Centellean las sonrisas que me dedicó y resuenan sus risas como la canción más hermosa. Con ese sonido se oculta todo el ruido que provocan nuestras discusiones, y acompasan las melodías que escuchamos juntos. Hay una estantería con libros que contienen todos los textos que nos dedicamos y otra para los libros que nos leíamos los dos

Pero entre todas estas cosas, guardo aún la habitación más grande de mi vida, donde residen todos nuestros sueños por cumplir, y cuando entro puedo ver un largo vestido blanco esperando, una cuna y cientos de besos volando.

Despierto entonces y sé que es ella quien me llama, como un susurro, para despertar y verla a mi lado, verla aunque no esté, porque realmente, siempre está.
miércoles, 12 de junio de 2013 0 comentarios

Perfume

Se fue. Dejó la puerta cerrada como un punto final en una oración. Un párrafo que da por concluído el final de un capítulo con regusto a un Continuará no cumplido, dejando tras de sí el suave olor de un perfume que huele amargo. Se ha ido y todavía queda la esperanza de que vuelva, y con ellas, sus olores, sus te quieros nocturnos que rozaban el alba, sus rosas de plástico decorando la habitación con falso aroma a sueños por cumplir.


Permanece aún su fragancia roja, quemándose ante el amarillo de una primavera con sabor agridulce, entre agostos olvidables y febreros demasiado cortos.

Y la puerta se abre, y ya no sé qué fue sueño y qué pesadilla.
y vi que estuve muerto en el sueño,
y vi que con la vida estaba soñando.
miércoles, 17 de abril de 2013 1 comentarios

Ojos grises

-Tranquilo, todo está bien.

No podía dejar de respirar con dificultad, poco acostumbrado como estaba a correr de aquella forma, aún menos bajo la lluvia. Empapado, frío y confuso. Así se sentía el muchacho ante su suegra, que le sonreía intentando transmitir una calma que ni siquiera ella tenía.

Había llegado tarde entre atascos de una ciudad que le había puesto más impedimentos de lo acostumbrado y un hospital desconocido o irreconocible en un día tan gris. No era aquel su lugar, pero se había convertido en su hogar. Y, sin embargo, todo seguía siendo tan extraño como el primer día en que recorrió aquellas calles en compañía de su sonrisa nerviosa. Una sonrisa que estaba deseando volver a ver, tenerla a su lado. No le bastaban las palabras de calma, quería abrazarla y desear que todo hubiera ido bien. El corazón le palpitaba recordándole la primera ocasión en que le dijo un te quiero a la cara años atrás, cuando él era un jovencito sin ideas de su futuro y ella, una niña que escondía su sensibilidad detrás de una carcasa creada por las traiciones de su adolescencia recién terminada.

Compartieron sus sueños en aquella ciudad que no les pertenecía a ninguno. Eran forasteros en busca de algún camino para seguir viajando. Así pasaron los años entre confidencias nocturnas mirando las estrellas por la ventana, espejos empañados donde dibujaban corazones y discusiones con alguna lágrima caída. Reconciliaciones a ras de sábana. Besos en forma de palabras y discursos que nunca más nadie ha logrado escuchar. Adoraban la felicidad de los pequeños momentos, aunque no podían evitar perderse en las angustias de los problemas que surgían. Él se encogía de hombros sonriendo, ella se preocupaba, y juntos hacían un dúo perfecto en cada abrazo. Eran, en definitiva, felices con una vida sencilla que aspiraba a fortalecerse con el paso de los años. Como esas casas antiguas sustentadas por cada uno de sus ladrillos, creando con paciencia el más cálido hogar, evitando las molestas grietas.

En la cima de aquel hogar se tendían ahora los dos, sabiendo que debían continuar construyendo aquella vida deseada por los dos, entre risas, bromas, sonrisas, besos, caricias y bostezos. 


-Pasen.

Aún con la mano de su suegra tomada entre las suyas, sin recordar cuando las había comenzado a apretar, las soltó y entró deprisa en aquel pasillo con cristaleras. A un lado la ciudad con sus luces alumbrando la noche, al otro lado unos ojos grises que sosegaron los latidos rápidos y lo anclaron a la vida como un motivo más para el que sonreír.

Puso su mano en el cristal. Allí no estaba ella, no estaban sus sonrisas, ni sus caricias, ni su cuerpo, sino su fruto, el de ambos, la vida de la que se habían desprendido para crear una nueva ilusión. Algún día aquel gris tomaría un color, recorrería los pasos que ellos ya habían pisado, los superaría en el paso de los años, y finalmente pondría techo al hogar que juntos estaban construyendo.

Sonrió entre lágrimas y dio gracias por tener la semilla de un sueño que empezaría a florecer.

-Está despierta, si quieren pasar a verla.

Se separó del cristal y pudo ver cómo sus huellas se disipaban en busca de un abrazo. Los milagros de la vida se presentan de la forma más pequeña posible.
martes, 24 de julio de 2012 0 comentarios

Solos

Llegó a casa y comenzó a quitarse la corbata delante del espejo. Después la chaqueta. Cada botón de la camisa. Miró la luz parpadeante de alguna llamada perdida y suspiró, pensando en todos los que lo habrían buscado para algún otro favor. Gente que, mientras esté bien, nunca querrá saber de ti. Esa gente por la que tantas personas que conoce han dado todo, perdiéndose lo más valioso: todos esos años de sonrisas, juegos infantiles y tiempos que sólo existen en fotos que se pierden con el fuego.


Un viaje más. Alejado de casa una noche más. Y deseando recuperar los brazos de quien no está con él. Descuelga el teléfono y la luz sigue parpadeando. Entonces decide esperar al buzón de voz, y es aquel timbre el que le sorprende, el que le hace levantar una sonrisa que mezcla la tristeza de las palabras que oye con la alegría de volver a escuchar su voz.

Ojalá pudieras estar aquí, hasta esta cama se me queda enorme sin ti. Echo en falta tu pelo al despeinártelo, tu voz infantil, tus suaves manos agarrando mi cintura, esa tierna sonrisa de anuncio... Por no decir tu presencia completa, tu calor. Echo de menos un abrazo bajo las sábanas, que me hagas cosquillas o, incluso, que te duermas sin querer. Qué ganas de abrazarte, de tocarte, de acariciarte. De robarte cada uno de tus besos. De compartir miradas que lo digan todo y amaneceres que no callen nada. De coger tu mano para caer rendida en tu sueño y poder sentirme completamente llena. A salvo. Y no despertar nunca de nuestro sueño.

Te necesito. Cada silencio me ahoga, y cada ausencia es un lastre que me va quitando la poca vida que puede quedarme entre estas cuatro paredes. Porque sólo quiero una vida, mi vida, y solamente deseo poder compartirla contigo. No necesito más. Porque quién me ha devuelto la ilusión, quién me ha hecho creer en mí misma y quién me ama, me respeta e, incluso, me mira como nadie antes me miró, eres tú. Y serás tú a quien siempre necesite conmigo. Nunca olvides que aquí, a tu lado, contigo estaré. Porque por todos esos momentos sé que te elegí a ti y que nunca me arrepentiría de volver a hacerlo. 

Y todas estas no son palabras vacías que se perderán en tu olvido, sino una verdad indudable que se quedará conmigo... hasta mi final.

Y la abrazó. Los separaran apenas unos centímetros, una calle o kilómetros de distancia, la abrazó. Quiso que sintiera aquel calor tenue y agradable que proporciona un solo abrazo, una caricia, un te quiero susurrado. Y decirle que la echaba de menos también, que con ella volvía a ser quien realmente era. Que sin ella sólo había máscaras creadas por un mundo que la parecía cruel. Como don Julián en los pazos de Ulloa, él se siente perdido entre la falta de valores en los que confiaba, y esas mismas personas que se lo enseñaron todo también fallaron. Y cuando todo falla, sólo le queda abrazarla. Confesar que podría recorrer todo el mundo junto a ella, sin caminos suficientes para ocupar todo el amor que le profesaba. Que se perdería en la oscuridad de sus ojos y en la suavidad de su piel.


Que buscaría una sonrisa detrás de cada lágrima. Y, entonces, reirían para la eternidad. Porque, a veces, reímos para la eternidad. Esa sonrisa es la que vale, sincera y única. Aún cuando todos piensan que la vida no merece la pena, hay cosas que la merecen.

Hay personas por las que vivir, hay momentos por los que vivir, hay vida más allá de todo lo que pensamos que es diversión. Y hoy él quiere abrazarla con más fuerza que nunca, hoy fue uno de esos días en que te apagas y no quieres nada. Fue una de esas noches para olvidar, envolverlas en velos de silencios. Porque a veces hay cosas que merecen el olvido, que no se merecen más atención. Porque cuando les prestamos atención a esas cosas, olvidamos las que relamente merecen la pena. Olvidamos que hay sueños que cumplir tomando la mano de esa persona a la que tanto quieres.

Se tumba en la soledad de un cuarto vacío que poco tiene que ver con lo que ahora es. Mira al techo fijamente y piensa que detrás de ese techo está el cielo, con una estrella y una luna que siempre le acompañan allí donde vaya, como el aire marino que tanto le recuerda a casa, que también le recuerdan a ella, a la que añora y echa de menos cada segundo que pasa más. Piensa que ojalá volvieran algunos días de un pasado donde hubo risas, pero también piensa que quiere que llegue un futuro donde las haya de nuevo. Donde ya no sea él quien necesite tomar la mano de otra persona, sino que una personita, un sueño, sea quien necesite sus brazos y su fuerza para seguir adelante. 


Dará igual el nombre, siempre que en la otra mano pueda sujetar a la persona que más quiere y querrá. Porque hay cosas de las que estar seguro, como cada fragmento de una cadena que forma una esclava, que juntos componen los eslabones de una vida que gira y gira, pero que nunca se ha de romper. Agarra el teléfono, marca su número y espera que, por todas las veces que él no estaba al otro lado de la línea, ella sí esté. Y comienza a hablar.

Cariño, sé que tardo en decirte las cosas, sé que te tendré que pedir perdón mil veces, sé que nos echaremos de menos, sé que sufres. Pero también sé que hay un tiempo donde todo eso habrá merecido la pena. Porque hay escalones que subir, escalones que a veces cuestan, pero están para subirlos, para superarlos. Cuando nos volvamos a encontrar, cuando nuestros brazos se fundan de nuevo, cuando volvamos a mirarnos a los ojos, cuando sintamos la calidez de nuestra piel, sabrás que todo eso sólo es una página que ha pasado. Que hay un tiempo feliz para los dos y sólo para los dos. Que hay días que superar y días que desearíamos que nunca llegaran a terminar. Que hay cielos que quisiéramos que se apagaran ya y cielos que quisiéramos que se detuvieran un segundo más. Que hay lágrimas que odiamos igual que otras que nos hacen sentirnos únicos. Y que hay voces que no desearíamos oír nunca y otras que estamos deseando escuchar por primera vez.
 

Que hay pesadillas que vivimos y sueños que deseamos vivir. Y todo llegará. Todo llegará mientras estemos juntos. Porque nada hay en esta vida de lo que esté más seguro.


Un fragmento de este texto pertenece a Confesiones de una noche de verano
viernes, 6 de julio de 2012 2 comentarios

Buenos días, princesa

Es una sonrisa con unos ojos cerrados. Son unos brazos en un anguloso arco cerrado e imposible si no fuera porque está sumida en un dulce sueño del que a veces se ríe y, a veces, se molesta. Apenas se mueve, como si hacerlo fuera un delito, y cuando lo hace sólo gira la cabeza, buscando huir de la luz que entra por las persianas que no recordó echar la noche anterior.


La observo con cautela, desde un lateral, la veo dormir con la tranquilidad de quien se siente seguro. Y no puedo más que sonreír al pensar que ella está allí, a mi lado, durmiendo plácidamente. Confiando en que no me iré, en que cuando despierte, seguiré allí. Confiando en que puede dormir tranquila, porque nada le hará daño mientras esté en este lugar.

Duerme sabiendo que está segura junto a mí, aunque cuando está despierta es su alma la que teme esas cosas que no quiere temer. Esos miedos que sólo se apagan cuando cierra los ojos y desvanece su consciente entre ilusorias imágenes de algún percance que nunca ocurrió.

Ahora duerme, mientras escribo. Espera que la despierte para decirle, como en aquella película, buenos días, mi princesa.



Pero la dejaré dormir un poco más, porque no hay cosa que me guste más que verla tan tranquila, en un mundo donde los miedos no existen.

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