-A pesar de tener una legión de seguidores, muy pocos saben quién se esconde detrás de tanta fama. Parece disfrutar manteniendo su intimidad y su pasado a salvo, ¿o está ocultando algo?
Nuestro entrevistado se tomó con paciencia su respuesta, comenzando a encenderse un cigarro al que llegó a dar una calada, para después soltar el humo por la boca y sonreír.
-Soy una persona humilde, sencilla, llegué al éxito por casualidad. Pero no, no tengo nada que ocultar. No hay cadáveres en mi armario, ni en mi maletero.
-Aún así, no es una persona a la que le guste hablar de su pasado. Seguro que le han hecho esta pregunta muchas veces, pero, ¿por qué cantar? ¿De dónde le viene esa pasión?
-Creo que he mentido muchas veces, pero, ¿sabe? Le voy a ser sincero. La casualidad fue el éxito, no la música. La música siempre estuvo ahí. Eso me valió bastantes disgustos, la verdad. Cuando recuerdo aquellos días hay una mezcla de rabia y nostalgia, porque cantaba porque quería, cantaba lo que oía por la radio, por la televisión, tenía a mis amigos cansados de mí. Pero lo peor era que no siempre tuve buena voz y ni siquiera afinaba. Algunos se burlaban de mí, lo recuerdo bien, me decían que cantara y se reían. Se puede decir que eran cosas de críos, no sé, pero ahí están, hundiendo la vida y los sueños a otros. Yo nunca fui cobarde, aunque fueran mayores que yo, y les gritaba que ya se dejarían de reír, que ya me verían cuando fuera famoso. Si otros habían podido llegar a vivir de su música, ¿por qué yo no? Me preguntaba. Y se lo iba diciendo a todos. Y se reían de mí, claro.
-Ahora muchos de ellos se estarán arrepintiendo, ¿nadie le apoyó en aquel momento? ¿Su familia...?
Se retorció un poco en su asiento y cortó mi pregunta.
-En verdad llegó un momento en que me daba igual, porque dejé de contar mi sueño. Mis padres no podían permitirse darme una educación musical y al final nunca me la dieron, pero tampoco cortaron mis alas. Sin embargo, creo que mi padre me dio la mejor lección para empezar este viaje. Siempre pensé que él no entendía mi sueño, aunque al tiempo he logrado comprender que quizás sí lo hizo. Quizás más de lo que nunca pueda creer. Nunca se salió de lo que había sido una vida encarrilada: su familia, su trabajo, su pueblo. Y, sin embargo, estaban esas tardes de domingo sentado en la terraza de nuestro piso, mirando al cielo, viendo volar a los pájaros. Mientras que una máquina de escribir iba cogiendo polvo en el escritorio del salón. Siempre me pareció que por las noches la escuchaba, pero con el tiempo llegué a pensar que eran ensoñaciones de mi infancia. Ahora sé que escribía, que siempre quiso escribir, que tenía un sueño como yo. Es curioso pensar que pasas gran parte de tu vida creciendo con alguien que te conoce desde que naciste pero del que tú, al final, llegas a saber tan poco. Supo que sufría esas burlas, supo que yo iba por ahí contando mis sueños. Y solo me dijo que si tenía un sueño, no lo aireara por ahí. Que era mejor que nadie lo supiera, no solo porque lo convertirían en un chismorreo, sino porque me lo recordarían, especialmente, me dijo, cuando no lo hubiera podido cumplir o cuando hubiera dejado de ser mi sueño. Cuando le dije que de verdad era lo que quería hacer, solo se encogió de hombros y me respondió que, en tal caso, lo debía hacer por mí mismo, no para demostrarle nada a nadie. Y desde entonces no volví a hablarle de mis sueños a nadie. No hasta que los cumpliera.
Tiró la ceniza. Dio otra calada y el humo que soltó después se quedó un rato en el ambiente, como el silencio.
-¿Su padre está orgulloso de que haya cumplido su sueño?
-Ojalá pudiera saberlo. Falleció un verano durante una de esas tardes de domingo, sentado en su terraza, cuando yo tenía once años. Creo que nunca llegó a ver ningún sueño cumplido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario