Todos los presentes sabían que había caído en desgracia. Era un hombre detestable, con un aliento que desprendía alcohol a su alrededor. Vestía un traje viejo, de la época en la que fue un caballero admirado. Sus canas se habían rebelado y se escapaban del sombrero polvoriento que llevaba sobre su cabeza. Sus manos de dedos largos y finos, estaba consumidas por arrugas y arañazos mal curados. Sus ojos se ocultaban detrás de unos cristales mugrientos, cuya montura estaba oxidada. Sin embargo, lo que llamó mi atención fue el contraste entre sus zapatos y el resto de su cuerpo. Negros y relucientes, con las cuerdas atadas en un nudo perfecto, tan elegante como hubiera sido él años atrás. Con una delicadeza femenina, apartó las gafas de sus ojos que, clavados en mí, parecían rugir, quemarlo todo. El silencio, vivo espectador de aquel encuentro, hizo que escuchara mis propios latidos, lentos.
-Hola, maestro.
Su presencia siempre me hacía sentir más pequeño. Retroceder los años vividos, las experiencias, la vida rebobinaba en su presencia hasta un aula marginal de un barrio pobre. Y él, delante de aquellos niños sin futuro, con su traje impecable, sus perfectos zapatos negros, su sombrero colgado en la percha rota, dejando al descubierto una corta melena oscura. Y su sonrisa. Aquellos deslumbrantes dientes que se mostraban tan sinceros y tan juveniles. Él nos enseñó las herramientas para la vida, nos inspiró para soñar, nos dio la vida que no teníamos en apenas unas horas a la semana. Todo como una beneficiencia de un rico empresario, su padre, que costeando sus estudios liberales en el extranjero, le permitía aquel experimento en un lugar donde no llamara la atención. Y gracias a él yo había llegado hasta donde estaba, en mi cumpleaños, rodeado de gente tan glamurosa como detestable, mientras que él había sido olvidado por una sociedad que no quería gente que creara sueños para los demás. Yo nunca lo había podido olvidar, pero ahora todo era distinto, todo salvo sus zapatos. Los mismos con los que un día lo enterramos. Él asintió y yo suspiré por última vez. Son curiosas las formas en las que la Muerte se nos presenta.
1 comentario:
Una descripción intensa, tanto es así que el final te deja impactado. Me ha parecido curioso el detalle de los zapatos y la minuciosidad con la que hablas de ellos :P
Me ha gustado mucho, en definitiva, algo distinto de lo que podemos ver normalmente por aquí :)
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