martes, 22 de enero de 2013 0 comentarios

Una guerra diaria

En la ciudad llueve. Es el pensamiento de una mañana que quiso ocultar el sol. Lluvia. Las gotas me caen en la cara y solo puedo pensar en la nostalgia que me transmite un paisaje gris. Los edificios se alzan ocultando la auténtica belleza de su arquitectura. No fueron creados para perdurar. Tampoco como símbolo de lo bello. No están plasmados como una obra de arte. Y acaso me pregunto si una obra de arte no puede ser útil como un hogar que, a simple vista, parece tan frío como la lluvia.

Espero mientras las gotas recorren el camino que habrán de recorrer las ruedas de un autobús que no llega. Una pareja se despide con un beso en esta parada, el niño corretea a su alrededor y yo sonrío mientras suena L'estasi Dell'oro, la composición de un western con un silbido inolvidable. Una aventura que solo se puede vivir a través de una pantalla. Hoy cualquier cosa se puede vivir a través de una pantalla, pero no hay nada como el hecho cálido de un beso en una parada de autobús en una mañana lluviosa, mientras el vaho se hace visible a nuestros ojos y los niños juegan a fingir fumar.

Los días se repiten. Otra mañana será el sol dominante. Acaso las hojas de los árboles volverán a ser verdes cuando ahora podrían estar copadas de blanco. No hay mejor tiempo que el de la mirada que capta un segundo que nunca volverá a vivir. Lo captura como una fotografía. Y yo sigo pensando en aquella pareja, en aquel niño, en un autobús que tarda y en una clase que comenzará con un alumno menos. Preocupaciones de una vida presente que desaparecerán en una vida futura y que nunca existieron en una vida pasada. Me pregunto por la sonrisa tonta que se escapa de mis labios. No hay respuesta. O sí la hay. Es la nostalgia, es  la esperanza. Es un sentimiento que sabe a dos tiempos.


Es la desdicha de vivir cada día sin darse cuenta de que todos nuestros recuerdos son ya un camino recorrido y a superar por nosotros mismos. Quizás ellos no sabían ayer que se darían un beso que yo haría eterno. Quizás su preocupación en aquel momento no estaba en la mirada de un extraño, sino en una despedia diaria y cariñosa; la muestra de un esfuerzo por salir adelante de alguna situación desesperada. Porque la vida es así, una situación desesperada en la que necesitamos esperanzas, sueños que nos creamos para sobrevivirla.

Aquella misma mañana, la voz solemne en una clase magistral se dedicó a hablarnos de la máxima tragedia romántica que la literatura nos ha dado, sin nombres italianos. Silenciosamente llegó al final de la clase y soltó una última conclusión antes de marcharse. Sus palabras merecieron el sobrecogimiento de la sala, la emoción del escalofrío que te confirma que tiene razón, y la necesidad de compartir con todos el conocimiento más profundo de la vida. Pero no será hoy cuando reproduzca las palabras de un genio en el ocaso de su tiempo. Ni he de hablar de literatura, ni de amor. Solo de una guerra diaria. Porque no hay paz en el día a día. Porque vivir es estar en conflicto. Y en el momento de cerrar los ojos darse cuenta de que todo lo que somos y tenemos un día se esfumará. Eso es la guerra.

No importa quién venza, porque todos desaparecerán. Por eso prefiero vivir mis días sin lamentarme por los errores pasados. El agua no regresa a recorrer el mismo surco, avanza inexorablemente hacia el final, sea cual sea. Como el tiempo. Como mi tiempo.

Como tu tiempo.

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