A MB.
He viajado siempre contigo, y ahora que no estás comienzo a comprender qué es viajar solo. No puedo mentirte: hubo sonrisas, pero no volví a reír como solo se podía hacer contigo. No quiero ofrecer la imagen de un hombre que sufre, pero tampoco puedo evitar los suspiros cuando intento tomar tu mano y solo encuentro el vacío de la inmensa soledad. Una soledad que se me hace eterna porque nunca termina a tu lado.
El viento me recuerda a tus caricias, le falta tu delicadeza, le faltan tus manos. Y no hay voz que me recuerde a ti, salvo cuando rescato tus mensajes ya vacíos de esta fría tecnología. Debo confesarte que que he seguido con la mirada tus rizos paseando por la ciudad, tu silueta hipnótica me ha desilusionado en un rostro ajeno. Apenas pasa un día sin que revise tus fotografías para intentar retener tu mirada, pero les faltan toda la emoción. Como a mí me faltan las fuerzas para volver a fotografiar nada donde ya no esté tu presencia. Ahora no soy capaz de llorar y sé que te debo cada lágrima. Vivo en una felicidad acordada para los demás, contando en secreto las horas desde que te marchaste y aprendiendo a vivir como un niño huérfano que sigue esperando en la cancela del orfanato a sus padres.
Hoy te hubiera regalado de nuevo todos los besos. Y te hubiera visto abrir todos tus regalos. Ese rostro de ilusión eterna que a pesar del tiempo siempre tenías. Lamento sobre todo no volver a sorprenderte, a hacerte reír una vez más. Hoy me olvidaré del dolor, de mi vida, del futuro incierto. Y te confieso como un último regalo que nunca se borrará tu huella, aún cuando tenga que vivir años sin ti, años que se trastocarán en siglos en mi cabeza. Y si eso no es amor, quizás me equivoqué de sueño.