El símbolo de un tiempo que se acaba es lo que representa el día de hoy, como un ocaso simboliza el fin de un día, aunque vuelva a amanecer. Y ahora estamos en esa noche, en ese precipicio que desconocemos, pero que también nos invita a una nueva aventura.
En este momento, como cuando se llega al final de una escalada, es momento de mirar atrás y llenarse de nostalgia por la fugacidad de la vida, por la fugacidad de unos años que, aunque rápidos vistos desde ahora, han hecho mella en nosotros y en nuestra forma de ver la vida, de relacionarnos con el mundo y de terminar de formarnos tal y como somos ahora.
Este es ahora el recuerdo a lo que ha sido tu camino, un camino anaranjado ahora, pero que comenzó bicolor o multicolor o discoquetero. Lo desconozco porque no estuve ahí, o lo estuve, pero de una manera distinta a cómo he llegado a estar después.
2010, 2011, 2012, 2013, 2014. Con ellos, residencia, piso, facultades, bibliotecas, clases, comedor, Kapital, Kinépolis, el mirador de San Nicolás o la Alhambra nos vieron pasar como anónimos transeúntes, sin saber que dejaban en nosotros una seña imborrable. Profesores, compañeros, seminarios, conferencias, fiestas, cumpleaños, visitas turísticas, viajes, paisajes, fotografías, regalos, amistades... y amor. Supongo que son parte de las vivencias emprendidas desde que decidimos venir a Granada, algunas esperadas y otras, inesperadamente sorprendentes, pero completamente gratificantes.
Pero de entre todas las cosas que he descubierto en este camino, más allá de la literatura, la lengua, los balances y las marcas, estás tú. Tú que, pese a todo, has alumbrado todo el recorrido. Tú que me has acompañado desde antes de comenzarlo y que ahora yo te acompaño a terminarlo. Nosotros que creamos un sendero único para los dos desde que una broma pasó de ser mentira a ser verdad. Contigo se ha cumplido la mitad de mi sueño y juntos cumpliremos el resto.
Ahora toca cerrar las puertas de un pasado, otra etapa que quemamos, otras personas de las que nos despediremos. Y una ciudad que ha visto la culminación de nuestro crecimiento, de nuestro aprendizaje, de nuestros corazones nacientes. Una ciudad que te ha visto llorar y que te intentó consolar con sus atardeceres, con sus noches en vela...
Te recuerdo leyendo mis apuntes en el sofá. Creando experimentos en la cocina. Fotografiando una y otra vez el mismo cielo. Rellenando de números folios de cuadros. Intentando venderme un producto para el que habías inventado una campaña. Ruborizándote al pensar que tendrías que hablar en público y sorprendiéndote de mi templanza sin nervios. Quejándote de la cantidad de libros que nos iba a sepultar. Quedándote dormida a mi lado, derrotada tras un examen. Viendo el amanecer juntos antes de soñar. Inventando excusas para quedarte un rato más a mi lado. Recordando otros momentos que no volverán y soñando con los que habrían de llegar o con los que quedaron pendientes. Soñando proyectos juntos y trabajando en otros que ya existían. Recorriendo Granada a todas las horas posibles de un día, incluso a las prohibidas. Cogiendo un bus en el último segundo o esperarlo durante una eternidad. Contemplar una y otra vez la Alhambra, tan solo una vez nevada. Cuadrar nuestras fechas de exámenes y buscar el momento oportuno para disfrutar juntos. Ir al cine y comenzar a verlo de una manera distinta. Descubrirnos mutuamente. Identificarnos sin voces, conocernos solo con un gesto. Repasar las lecciones juntos.
Y saber que ya no viviremos estos momentos como los hemos vivido hasta ahora.
Pero también que nadie los borrará jamás de nuestros recuerdos. De los recuerdos de un amor naciente que surgió de una amistad madurada en el dolor y la risa.
Y ya solo me quedan palabras de agradecimiento. Y un enhorabuena.
Enhorabuena por llegar al final del camino... y por hacerlo conmigo.