Para lo que siempre hubo espacio fue para los huecos vacíos. Tratas de evitarlos, pero suceden, nada puede ocultarlos y ahí están, mirándote como te miran solo las cosas vacías. Inexistencias donde no habita ni la felicidad, ni la tristeza, ni la angustia, ni la ilusión. Y esos vacíos llegan como olas que arrastran todo lo que te rodea, sin importar lo que sientas, lo que hicieras, lo que mantuvieras intacto entre tus manos. Seguro que si te hablo de ellos, los recuerdas. Pero solo entonces. Solo cuando alguien te obliga a recordarte que hubo momentos de tu vida en los que no viviste. En los que te arrojaste a no sentir con todas tus fuerzas, a detener el tiempo, pero tan solo el tuyo. Que todo viviera, menos tú. Que por unos minutos, la Tierra girase contigo, pero tú ya no estuvieras aquí, ni en ningún sitio. Suena desolador, aunque al recordarlo no encontrarás ninguna desazón. Simplemente vacío. Nada.
El mejor despertar de un vacío eres tú. Retornar de la nada para encontrarte a ti. Recordar entonces todo lo que hemos vivido, todos nuestros sueños cumplidos, todos nuestros sueños por cumplir, los años que han de venir, los años que ya pasamos juntos. Todo lo que hasta ahora te he escrito y la mitad de todo lo que me espera por escribirte. Al final, cuando despierto del vacío, la mano que quiero agarrar es la tuya, el beso que quiero dar te pertenece a ti, el abrazo en el que quisiera encontrarme es el que aún deseo darte. Los vacíos de mi vida siempre encuentran tu mirada para llenarse. Junto al recuerdo de mis vacíos, la memoria de tu existencia sigue sumando años.
Yo también he visto tus vacíos. Tus momentos perdidos en la nada. Entonces me he quedado mirándote, he analizado cada rayo de luz que rozaba tu piel, cada sombra, cada poro, cada cabello cayendo en cascada, uniéndose a los demás en una interminable confusión. El vacío de tu mirada y tus ojos en la nada. Tu boca quieta, como si acaso el silencio fuera su mejor casa. La quietud que te rodea. El silencio que se escucha. Y mi mano tocando tu mejilla, tus ojos despertando y buscando los míos, la sonrisa que se dibuja entre tus labios, el beso que nos damos, el abrazo en que nos fundimos. Ese momento en que rompemos el vacío del otro y vivimos el uno para el otro. Esos momentos por los que merecieron la pena seis años y por los que merecerán la pena los próximos sesenta. Porque cuando los vacíos se llenan de amor, regresar a la vida es un alivio.
1 comentario:
siempre un placer leerte. no pienses que habias olvidado el camino, estas buhas siempre llegan y con un fuerte saludoabrazobuho para este año!!!!
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