He soñado muchas vidas a mi alrededor, he creado en mi cabeza imágenes sin definir, rostros que esperan ser nombrados, nombres que buscan su dueño. Visité cientos de mundos ajenos, pude crear de arcilla los propios. Dejé arder los recuerdos que nunca debieron ser hechos e hice una habitación donde guardaría todo lo que se relacionara con ella. Su nombre, sus vestidos, su olor, su rostro, su mano, su suavidad, sus gafas y sus ojos de inocencia.
Allí decidí guardar el patio de una escuela y el de dos institutos. Las papeleras junto a las que nos sentamos, los soles que se ocultaron ante nuestra mirada y todas las fotografías donde encerraron nuestras almas. También guardé sus lágrimas, todas las que yo provoqué y todas las que ayudé a borrar. Reservo también las noches que pasamos juntos y los besos que la luna veló por nosotros. Guardo el pelo que acaricié y la piel por la que me deslicé, y sueño tener también el brillo de sus ojos para alumbrar la habitación.
Las mesas reservadas en cualquier restaurante soportan sobre sí todos los platos que cociné para ella. En el techo de nuestra habitación se posan las estrellas que se desvanecieron en cada amanecer. Centellean las sonrisas que me dedicó y resuenan sus risas como la canción más hermosa. Con ese sonido se oculta todo el ruido que provocan nuestras discusiones, y acompasan las melodías que escuchamos juntos. Hay una estantería con libros que contienen todos los textos que nos dedicamos y otra para los libros que nos leíamos los dos
Pero entre todas estas cosas, guardo aún la habitación más grande de mi vida, donde residen todos nuestros sueños por cumplir, y cuando entro puedo ver un largo vestido blanco esperando, una cuna y cientos de besos volando.
Despierto entonces y sé que es ella quien me llama, como un susurro, para despertar y verla a mi lado, verla aunque no esté, porque realmente, siempre está.