sábado, 14 de julio de 2012

El final del camino

Abrió la puerta del coche como tantas otras veces, entró en él y lo arrancó a la segunda. No iba a tener suerte tampoco aquella vez para poder arrancarlo a la primera. Y quizás esos segundos que tardó fueron decisivos.

La carretera avanzaba dejando atrás todos los edificios, mientras él miraba por el cristal de su coche la vida a su alrededor descrita en otros conductores, en otras vidas que nunca conocería, tan anónimas como él y sus manos sobre el volante. Sonrió porque tenía motivos para sonreír. Porque tanta lucha y tanto trabajo habían dado los frutos de un hermoso árbol que tantas veces creyó marchito. Ahora sabía que había un dios velando por él y que, con su ayuda, había llegado al final de un arduo y doloroso camino. Sabía también que él sería un nuevo instrumento para que otros pudieran superar aquel hoyo en que caían al consumir por primera vez cualquier droga, sin importar su nombre, aspecto, color…


La vida era estupenda. Eso lo había descubierto cuando había dejado pasar tantos años en balde, cuando se había perdido tantas cosas que ya no volverían… y tantas personas que ya no podrían verlo con los mismos ojos. Y aunque había renovado su vida, aunque se sentía nacer de nuevo, sabía que había perdido de forma tonta todo lo que nunca supo apreciar en su pasado.

Y ahora lo volvía a tener todo. En verdad, todo era ahora como debería haber sido. Aunque estaba lejos de su familia, lejos de todos los que quería. Era el precio a pagar de una vida dedicada a un vicio que le quemaba por dentro tanto como ardía todo lo que debió de querer. Y uno de esos soles que echaba de menos era una niña chica a la que deseaba ver con fuerza, a la que mandaba a su madre a ver de vez en cuando, para que no desapareciera el rastro de su voz en los recuerdos de una hija que, en realidad, nunca lo iba a olvidar.

Pronto dejaría de viajar tanto, había encontrado otro trabajo de contabilidad. La vida la sonreía también en el amor. Y su trabajo con el sacerdote era reconfortante para su espíritu. Sentía que pagaba una deuda que siempre había pesado en su alma.


Sonreía ahora por todas las veces que había sufrido. Y cuando cerró los ojos, vio a su hija, y supo que Dios lo llamaba ahora, cuando había viajado todo aquel peligroso camino a salvo, para que disfrutara de su superación pero hiciera sufrir a los suyos una última vez. Porque no volvería a verla, ni a tirarse una fotografía con ella, porque había perdido la oportunidad de recuperar sus seis años de vida. Y porque al final del camino sólo se veía la luz de las miradas de aquellos a los que había decepcionado.

Su coche no volvió a rodar por la carretera. Aquel agosto ardiente del 90 impidió que volviera a hacerlo. Un suspiro de su corazón fue lo último que se escuchó en el estruendo de un accidente que dio un vuelco al corazón a todos los que conocieron su nombre y su historia.

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