A veces, cuando miro a través del cristal del autobús, puedo observar una olvidada escena de niños corriendo mientras alzan los brazos como si fueran aviones, no parece preocuparles la lluvia que se agolpa en la ventana y que provoca que sus rostros se marquen tan borrosos para tí como los recuerdos de haber sido algún día como ellos.
Al contemplar a los niños, él no podía evitar pensar en cómo serían cuando crecieran. En cómo ese niño que ahora se divertía alzando los brazos y corriendo se podría divertir en el futuro que tanto él como ese niño compartirían. Se preguntaba cuánto cambiarían las niñas que se dejaban vestir con el uniforme de falda de cuadros y camisa blanca. Pero eran pensamientos breves y efímeros, porque todos ellos producían cierta nostalgia en él.
No nos preguntamos las cosas que nos parecen obvias ni tampoco aquellas para las que sólo las hipótesis son las respuestas. Pero sentado en aquel autobús, él se deja perder entre las incógnitas de una vida dejada atrás. Una vida que no vuelve, pero que siempre deja una puerta abierta al futuro.
Y saber que no estuve solo en aquel camino. Girar la cabeza al otro lado del autobús y encontrar tu sonrisa, y serenarme porque estás conmigo.
No recuerdo sus rostros, tan sólo que llovía, que el viento aullaba recuerdos y que sus caras me parecían la máxima expresión de la felicidad; y por ello, detrás del cristal del autobús, yo también sonreí.
1 comentario:
Un autobús es un lugar que inspira hasta al más inexpresivo. Y si lo situamos en un día lluvioso... con más razón si cabe.
Pensar en los viajes que hemos recorrido juntos en un mismo asiento me trae cierta nostalgia y cierta alegría. Nostalgia por un tiempo inolvidable que no volverá, y alegría por saber que tuve la suerte de compartirlo contigo.
Como compartiré todos los viajes que nos quedan, y como recorreré tantos otros que me lleven hasta a ti.
Publicar un comentario