lunes, 30 de julio de 2012 0 comentarios

Anhelo

Hay fronteras que no pueden atravesarse. Cielos que nunca podremos alcanzar. Estrellas que arden para no dejarnos tocarlas. Hay anhelos imposibles de superar.

El anhelo de tu pelo, un mar de rizos, en el que navego para encontrar un beso. El anhelo de un abrazo cuando menos me lo espero. El anhelo de esa risa que no deseas que llegue, víctima de unas cosquillas que no quisiste tener. Anhelo tus enfados, pero sobre todo, nuestra reconciliación. Anhelo pedirte perdón en un susurro que estremezca tu piel. Anhelo que me preguntes si te quiero, como si no supieras la respuesta.

Anhelo tus sustos, tus sonrisas y tus golpes. Anhelo verme reflejado en tus ojos, porque me veo en ellos como no me veré nunca. Anhelo ver el atardecer y la luna contigo, en un sofá compartido. Anhelo ir a tu lado en el autobús. Anhelo nuestros problemas de cada día, porque superarlos es parte de nuestra vida. Anhelo verte huir de las cebollas y las moscas, de los mosquitos y demás bichos. Anhelo tus gritos en fa sostenido. Anhelo tus caídas, cada una de ellas.


Anhelo tu gesto cuando te tiro una foto, y anhelo que luego quieras verla. Anhelo que digas que estás fea y yo sepa que eres mi princesa. Anhelo verte llorar, aunque siempre espero que sea de felicidad. Anhelo enervarte con mi detallista organización. Anhelo hacerte de comer y regañarte cuando no has terminado tu plato. Anhelo perder contigo en un juego y anhelo ganarte después. Anhelo sorprenderte. Anhelo caminar por las calles de una ciudad que no es nuestra, pero que nos ha conquistado a los dos.

Anhelo tus pases de modelo, anhelo verte maquillándote, anhelo verte sin maquillar. Anhelo ver cómo te despiertas, siempre tan despacio, siempre con demasiada paciencia. Anhelo escuchar el despertador a tu lado. Anhelo tener una vida contigo. Anhelo soñar juntos, sea dormir en una misma cama o vivir un futuro que aún no ha llegado. 

Anhelo verte a mi lado y esperar verte ahí por cuantos años tengamos que vivir.
viernes, 27 de julio de 2012 1 comentarios

Motivos para sonreír

En los peores momentos de tu vida pensaste que todo era un agujero negro, que la vida no merecía la pena, que este mundo que te rodea es sólo algo que te hace daño, un lugar donde desearías no estar, donde ni siquiera quisieras traer a nadie más, porque nadie, piensas, nadie merece este sufrimiento al que todos llaman vida. Las lágrimas son sólo parte de un decorado que no aprecias, el único reflejo del dolor que te aprisiona el corazón y lo hace latir con fuerza, con tanta fuerza que impide que escuches nada más. Y ese sonido te aleja de los demás, piensas que nunca te entenderán, que ellos viven en un mundo más feliz, que nunca, nunca, han sufrido como tú. Te hundes en la negatividad de miles de días grises y no tienes motivos para sonreír. Todo lo que se expande a tu alrededor sólo una oscuridad que no alcanzas a ver.

Y no hay nada...


...que sea alegría en tu corazón.

Te pierdes entonces todos los motivos que tienes para sonreír.

Un atardecer. Una única foto. Alguien sonriendo. Un rayo de sol entre las cortinas. Un baile sin música. Un sueño bonito. Alguna canción olvidada en un rincón. La brisa de un día de verano. El frío que desprende el frigorífico en un día caluroso. Alguna comida deliciosa. Un comentario ingenioso. Un recuerdo único. La música de un concierto. Un viejo objeto que algún día olvidaste. Un juego infantil. Ver niños jugando en un parque. Un futuro deseado. Alguna ilusión aplazada. Un texto que te hace latir. Un número simbólico. Una voz que te emociona. Un viaje que nunca hiciste y lo estás deseando. Un proyecto en el que seguir trabajando. Un libro que espera en su página 75. Un perfume que te embriaga. Una respiración profunda y decidida. Un actor que olvide su guión y uno al que no le haga falta. Un mensaje que decidiste no borrar. Algún idiota del que ya no sabes nada. Un cumpleaños donde fuiste feliz. Un mes en el calendario que estés deseando ver llegar. Una puerta que siempre te dio miedo y que ahora puedes abrir. Todos los miedos que ya superaste y todos los que aún te quedan por superar. Todas las tonterías que algún día hiciste y todas las que sabes que acabarás haciendo. Un cristal que empañar y dibujar. Los trozos de algún puzzle por hacer. Un vaso de agua que te recuerde a mí. El último abrazo que recibiste y el próximo que te darán. Un beso que invisible se ha quedado marcado. Un chiste. Una imagen ridícula. Un error al hablar o un espejo al que sacar la lengua. Una vela que apagar. Una burbuja que estallar. Y todo un mundo de miles de cosas pequeñas que desearás enseñar a alguien a apreciar, aunque tú hayas perdido las fuerzas para apreciarlas.

Porque todo lo bueno se resume en el segundo en el que decidiste sonreír en vez de llorar.

Hay miles motivos para sonreír. Sólo tienes que buscar el tuyo.
martes, 24 de julio de 2012 0 comentarios

Solos

Llegó a casa y comenzó a quitarse la corbata delante del espejo. Después la chaqueta. Cada botón de la camisa. Miró la luz parpadeante de alguna llamada perdida y suspiró, pensando en todos los que lo habrían buscado para algún otro favor. Gente que, mientras esté bien, nunca querrá saber de ti. Esa gente por la que tantas personas que conoce han dado todo, perdiéndose lo más valioso: todos esos años de sonrisas, juegos infantiles y tiempos que sólo existen en fotos que se pierden con el fuego.


Un viaje más. Alejado de casa una noche más. Y deseando recuperar los brazos de quien no está con él. Descuelga el teléfono y la luz sigue parpadeando. Entonces decide esperar al buzón de voz, y es aquel timbre el que le sorprende, el que le hace levantar una sonrisa que mezcla la tristeza de las palabras que oye con la alegría de volver a escuchar su voz.

Ojalá pudieras estar aquí, hasta esta cama se me queda enorme sin ti. Echo en falta tu pelo al despeinártelo, tu voz infantil, tus suaves manos agarrando mi cintura, esa tierna sonrisa de anuncio... Por no decir tu presencia completa, tu calor. Echo de menos un abrazo bajo las sábanas, que me hagas cosquillas o, incluso, que te duermas sin querer. Qué ganas de abrazarte, de tocarte, de acariciarte. De robarte cada uno de tus besos. De compartir miradas que lo digan todo y amaneceres que no callen nada. De coger tu mano para caer rendida en tu sueño y poder sentirme completamente llena. A salvo. Y no despertar nunca de nuestro sueño.

Te necesito. Cada silencio me ahoga, y cada ausencia es un lastre que me va quitando la poca vida que puede quedarme entre estas cuatro paredes. Porque sólo quiero una vida, mi vida, y solamente deseo poder compartirla contigo. No necesito más. Porque quién me ha devuelto la ilusión, quién me ha hecho creer en mí misma y quién me ama, me respeta e, incluso, me mira como nadie antes me miró, eres tú. Y serás tú a quien siempre necesite conmigo. Nunca olvides que aquí, a tu lado, contigo estaré. Porque por todos esos momentos sé que te elegí a ti y que nunca me arrepentiría de volver a hacerlo. 

Y todas estas no son palabras vacías que se perderán en tu olvido, sino una verdad indudable que se quedará conmigo... hasta mi final.

Y la abrazó. Los separaran apenas unos centímetros, una calle o kilómetros de distancia, la abrazó. Quiso que sintiera aquel calor tenue y agradable que proporciona un solo abrazo, una caricia, un te quiero susurrado. Y decirle que la echaba de menos también, que con ella volvía a ser quien realmente era. Que sin ella sólo había máscaras creadas por un mundo que la parecía cruel. Como don Julián en los pazos de Ulloa, él se siente perdido entre la falta de valores en los que confiaba, y esas mismas personas que se lo enseñaron todo también fallaron. Y cuando todo falla, sólo le queda abrazarla. Confesar que podría recorrer todo el mundo junto a ella, sin caminos suficientes para ocupar todo el amor que le profesaba. Que se perdería en la oscuridad de sus ojos y en la suavidad de su piel.


Que buscaría una sonrisa detrás de cada lágrima. Y, entonces, reirían para la eternidad. Porque, a veces, reímos para la eternidad. Esa sonrisa es la que vale, sincera y única. Aún cuando todos piensan que la vida no merece la pena, hay cosas que la merecen.

Hay personas por las que vivir, hay momentos por los que vivir, hay vida más allá de todo lo que pensamos que es diversión. Y hoy él quiere abrazarla con más fuerza que nunca, hoy fue uno de esos días en que te apagas y no quieres nada. Fue una de esas noches para olvidar, envolverlas en velos de silencios. Porque a veces hay cosas que merecen el olvido, que no se merecen más atención. Porque cuando les prestamos atención a esas cosas, olvidamos las que relamente merecen la pena. Olvidamos que hay sueños que cumplir tomando la mano de esa persona a la que tanto quieres.

Se tumba en la soledad de un cuarto vacío que poco tiene que ver con lo que ahora es. Mira al techo fijamente y piensa que detrás de ese techo está el cielo, con una estrella y una luna que siempre le acompañan allí donde vaya, como el aire marino que tanto le recuerda a casa, que también le recuerdan a ella, a la que añora y echa de menos cada segundo que pasa más. Piensa que ojalá volvieran algunos días de un pasado donde hubo risas, pero también piensa que quiere que llegue un futuro donde las haya de nuevo. Donde ya no sea él quien necesite tomar la mano de otra persona, sino que una personita, un sueño, sea quien necesite sus brazos y su fuerza para seguir adelante. 


Dará igual el nombre, siempre que en la otra mano pueda sujetar a la persona que más quiere y querrá. Porque hay cosas de las que estar seguro, como cada fragmento de una cadena que forma una esclava, que juntos componen los eslabones de una vida que gira y gira, pero que nunca se ha de romper. Agarra el teléfono, marca su número y espera que, por todas las veces que él no estaba al otro lado de la línea, ella sí esté. Y comienza a hablar.

Cariño, sé que tardo en decirte las cosas, sé que te tendré que pedir perdón mil veces, sé que nos echaremos de menos, sé que sufres. Pero también sé que hay un tiempo donde todo eso habrá merecido la pena. Porque hay escalones que subir, escalones que a veces cuestan, pero están para subirlos, para superarlos. Cuando nos volvamos a encontrar, cuando nuestros brazos se fundan de nuevo, cuando volvamos a mirarnos a los ojos, cuando sintamos la calidez de nuestra piel, sabrás que todo eso sólo es una página que ha pasado. Que hay un tiempo feliz para los dos y sólo para los dos. Que hay días que superar y días que desearíamos que nunca llegaran a terminar. Que hay cielos que quisiéramos que se apagaran ya y cielos que quisiéramos que se detuvieran un segundo más. Que hay lágrimas que odiamos igual que otras que nos hacen sentirnos únicos. Y que hay voces que no desearíamos oír nunca y otras que estamos deseando escuchar por primera vez.
 

Que hay pesadillas que vivimos y sueños que deseamos vivir. Y todo llegará. Todo llegará mientras estemos juntos. Porque nada hay en esta vida de lo que esté más seguro.


Un fragmento de este texto pertenece a Confesiones de una noche de verano
miércoles, 18 de julio de 2012 1 comentarios

Estudiante III: Autobús

A veces, cuando miro a través del cristal del autobús, puedo observar una olvidada escena de niños corriendo mientras alzan los brazos como si fueran aviones, no parece preocuparles la lluvia que se agolpa en la ventana y que provoca que sus rostros se marquen tan borrosos para tí como los recuerdos de haber sido algún día como ellos.

Al contemplar a los niños, él no podía evitar pensar en cómo serían cuando crecieran. En cómo ese niño que ahora se divertía alzando los brazos y corriendo se podría divertir en el futuro que tanto él como ese niño compartirían. Se preguntaba cuánto cambiarían las niñas que se dejaban vestir con el uniforme de falda de cuadros y camisa blanca. Pero eran pensamientos breves y efímeros, porque todos ellos producían cierta nostalgia en él.


No nos preguntamos las cosas que nos parecen obvias ni tampoco aquellas para las que sólo las hipótesis son las respuestas. Pero sentado en aquel autobús, él se deja perder entre las incógnitas de una vida dejada atrás. Una vida que no vuelve, pero que siempre deja una puerta abierta al futuro.

Y saber que no estuve solo en aquel camino. Girar la cabeza al otro lado del autobús y encontrar tu sonrisa, y serenarme porque estás conmigo.

No recuerdo sus rostros, tan sólo que llovía, que el viento aullaba recuerdos y que sus caras me parecían la máxima expresión de la felicidad; y por ello, detrás del cristal del autobús, yo también sonreí.
sábado, 14 de julio de 2012 1 comentarios

El final del camino

Abrió la puerta del coche como tantas otras veces, entró en él y lo arrancó a la segunda. No iba a tener suerte tampoco aquella vez para poder arrancarlo a la primera. Y quizás esos segundos que tardó fueron decisivos.

La carretera avanzaba dejando atrás todos los edificios, mientras él miraba por el cristal de su coche la vida a su alrededor descrita en otros conductores, en otras vidas que nunca conocería, tan anónimas como él y sus manos sobre el volante. Sonrió porque tenía motivos para sonreír. Porque tanta lucha y tanto trabajo habían dado los frutos de un hermoso árbol que tantas veces creyó marchito. Ahora sabía que había un dios velando por él y que, con su ayuda, había llegado al final de un arduo y doloroso camino. Sabía también que él sería un nuevo instrumento para que otros pudieran superar aquel hoyo en que caían al consumir por primera vez cualquier droga, sin importar su nombre, aspecto, color…


La vida era estupenda. Eso lo había descubierto cuando había dejado pasar tantos años en balde, cuando se había perdido tantas cosas que ya no volverían… y tantas personas que ya no podrían verlo con los mismos ojos. Y aunque había renovado su vida, aunque se sentía nacer de nuevo, sabía que había perdido de forma tonta todo lo que nunca supo apreciar en su pasado.

Y ahora lo volvía a tener todo. En verdad, todo era ahora como debería haber sido. Aunque estaba lejos de su familia, lejos de todos los que quería. Era el precio a pagar de una vida dedicada a un vicio que le quemaba por dentro tanto como ardía todo lo que debió de querer. Y uno de esos soles que echaba de menos era una niña chica a la que deseaba ver con fuerza, a la que mandaba a su madre a ver de vez en cuando, para que no desapareciera el rastro de su voz en los recuerdos de una hija que, en realidad, nunca lo iba a olvidar.

Pronto dejaría de viajar tanto, había encontrado otro trabajo de contabilidad. La vida la sonreía también en el amor. Y su trabajo con el sacerdote era reconfortante para su espíritu. Sentía que pagaba una deuda que siempre había pesado en su alma.


Sonreía ahora por todas las veces que había sufrido. Y cuando cerró los ojos, vio a su hija, y supo que Dios lo llamaba ahora, cuando había viajado todo aquel peligroso camino a salvo, para que disfrutara de su superación pero hiciera sufrir a los suyos una última vez. Porque no volvería a verla, ni a tirarse una fotografía con ella, porque había perdido la oportunidad de recuperar sus seis años de vida. Y porque al final del camino sólo se veía la luz de las miradas de aquellos a los que había decepcionado.

Su coche no volvió a rodar por la carretera. Aquel agosto ardiente del 90 impidió que volviera a hacerlo. Un suspiro de su corazón fue lo último que se escuchó en el estruendo de un accidente que dio un vuelco al corazón a todos los que conocieron su nombre y su historia.
miércoles, 11 de julio de 2012 0 comentarios

Estudiante II: Atardece

Cuando los últimos rayos de sol golpean sobre Sierra Nevada y todo el cielo se inunda de un color morado entremezclado con el naranja que se refleja en las nubes y el azul se va perdiendo en las tonalidades de la oscuridad nocturna. 

El reloj marca los minutos que pasan mientras el estudiante pierde el tiempo observando cómo el sol desaparece. Una imagen que lleva viendo desde que tiene uso de razón, pero que, en aquel momento, se introduce por su retina y llega a la laguna de sus más íntimos pensamientos. 

El cielo se va apagando. Mientras, en el horizonte, se dibujan las últimas líneas de una mezcolanza de naranjas y azules que recuerdan las pasiones olvidadas del último invierno.


Aquella noche de principios de otoño, en la soledad de aquel lugar, sería el momento en que pensaría que su vida había cambiado. Y no había sido él quien lo había decidido, sino aquel atarceder que manchó el cielo de nuevas estrellas. 

Porque estuviese donde estuviera, aquel momento le recordaría siempre a casa.


Créditos de la foto a Mariela Bustos Ortega
martes, 10 de julio de 2012 0 comentarios

Mil nombres

No hay palabras cuando se intenta describir algo que es más grande que cualquier conocimiento racional de la mente humana. Hay cuestiones que trascienden a nuestro saber y que son parte de un lenguaje que desconocemos, pero que somos capaces de usar. Llegado el momento, y sin saber porqué, crece en nosotros un sentimiento que lo invade y lo cambia todo. Y desde entonces, no volvemos a ser los mismos.

Muchos han hablado de ello por enlaces neurológicos, otros han hablado de un espíritu independiente de la materia fría y gris, los más románticos optaron por llamarlo amor. 


Yo he decidido no llamarlo, porque si hay algo que merece no tener nombre, es esto. Si todo ello se describe en un lenguaje falto de palabras, pero lleno de miradas, falto de sílabas, pero lleno de abrazos, falto de letras, pero lleno de silencios, ¿cómo podría siquiera un sonido intentar recrear una realidad que escapa a nuestros manos porque está dentro de ellas?

Porque dibujamos, escribimos, suspiramos por ello. Lo llamamos de mil formas distintas, para retratar lo que sentimos, invadimos de tinta folios blancos, o de caracteres una pantalla vacía de ordenador. No nos sobran ganas de divulgarlo por todo el mundo, porque algo así nos llena de alegría, y a la vez, siempre tendrá una parte amarga, que nos deja invadir por la melancolía y la nostalgia, el anhelo de contar los minutos que quedan hasta que volvamos a estar extasiados por su presencia. Es la peor de las drogas y el mejor de los remedios. Y hasta pretendemos medirlo, cuando escapa de este mundo físico al que intentamos atarlo.

Al final, somos sus víctimas, y cuando es benévolo, decide bajar a nuestra materia y hacerse un cuerpo, una voz, unos ojos, otro corazón. Y descubriremos su nombre, el nombre de esa persona que lo representa todo y que cambiará tu vida como nadie, ni siquiera tú mismo, podrá hacerlo nunca.
viernes, 6 de julio de 2012 2 comentarios

Buenos días, princesa

Es una sonrisa con unos ojos cerrados. Son unos brazos en un anguloso arco cerrado e imposible si no fuera porque está sumida en un dulce sueño del que a veces se ríe y, a veces, se molesta. Apenas se mueve, como si hacerlo fuera un delito, y cuando lo hace sólo gira la cabeza, buscando huir de la luz que entra por las persianas que no recordó echar la noche anterior.


La observo con cautela, desde un lateral, la veo dormir con la tranquilidad de quien se siente seguro. Y no puedo más que sonreír al pensar que ella está allí, a mi lado, durmiendo plácidamente. Confiando en que no me iré, en que cuando despierte, seguiré allí. Confiando en que puede dormir tranquila, porque nada le hará daño mientras esté en este lugar.

Duerme sabiendo que está segura junto a mí, aunque cuando está despierta es su alma la que teme esas cosas que no quiere temer. Esos miedos que sólo se apagan cuando cierra los ojos y desvanece su consciente entre ilusorias imágenes de algún percance que nunca ocurrió.

Ahora duerme, mientras escribo. Espera que la despierte para decirle, como en aquella película, buenos días, mi princesa.



Pero la dejaré dormir un poco más, porque no hay cosa que me guste más que verla tan tranquila, en un mundo donde los miedos no existen.
jueves, 5 de julio de 2012 0 comentarios

Estudiante I: Despedida

A su alrededor veía la casa que iba a abandonar. No era la casa de sus padres, era la casa de su niñez, la casa en la que cada esquina tenía un recuerdo que se había borrado de su conciencia, pero que le traía a la mente cierta nostalgia inusual, como si el niño que habitaba en su interior estuviera llorando, igual que los ojos de quien se abrazaba a él en un emotivo adiós... o mejor, un hasta luego. Él se marchaba, dejando atrás aquel lugar en el que había pasado de jugar tumbado en el suelo en la más tierna inocencia a sentarse para hablar de decisiones en un sillón que, aunque quizás siguiera siendo algo grande para él, mostraba el camino hacia la adultez que estaba recorriendo. Aquella casa que siempre había estado a dos ascensores del hogar de sus padres.

Su cabeza giraba entre la voz de su abuela recordando tiempos que él no vivió y los ojos enrojecidos de aquella persona que lo había criado, su bisabuela, que aún no podía creerse que el niño que la dejaba dormir tranquila mientras jugaba en un imaginativo silencio se marchara a estudiar a la capital, a tanta distancia que ya no podría asomarse al balcón de su patio para llamarlo, siquiera para verlo, siquiera para saber si estaba bien. Hacía años que ya no vivía en aquel lugar, pero era ahora que se marchaba cuando ella iba a notar más su ausencia.


Y, en parte, fue en aquel momento en que él se percató de lo que dejaba atrás, mientras se dirigía a la salida y observaba al final del pasillo la cama en la que hacía tanto tiempo había dormido, el pasillo que tantas veces había recorrido... El hogar de una infancia perdida en el olvido.

Cuando abrió la puerta para irse, sintió que en ese momento era cuando había llegado a comprender el paso tan importante que había dado en su vida. Y que, en parte, no había marcha atrás.

Ya no volvería a jugar en aquel suelo, ya no volvería a correr descalzo por aquel pasillo, ya no volvería a dormir en aquella cama. Ya no sería más un niño. Y el silencio incómodo se apoderó de él. Sabiendo que, cuando subiera al autobus, dejaría atrás el pueblo en el que había vivido sin que éso le importara, pues el pesar más grande sería haber dejado atrás el tiempo de la inocencia, de las despreocupaciones, de los tiempos en que todo se arreglaba con las sabias palabras de alguien mayor.

Dejaría atrás todo éso... Porque ahora él sería quien mantendría la inocencia a otros, quien se preocuparía para que otros no se preocuparan, quien daría los consejos a quien los necesitara. Porque en éso se había convertido tras atravesar aquel camino y llegar hasta donde había llegado. Y no se arrepentía de ello. Es más, sólo se le ocurría hacer una cosa:


Sonreír, porque aunque atrás dejaba momentos maravillosos que no volverían, sabía que el resto del camino también estaría salpicado de situaciones por vivir y nunca olvidar.

Merecía la pena dar aquel paso.
miércoles, 4 de julio de 2012 0 comentarios

Ventanas a un tiempo que querría

Una habitación abierta por una rendija de luz de la puerta. No dejas ver mucho, no, pero sí lo suficiente como para saber que sigues ahí, despierta, delante de algún espejo, preparándote para marcharte hacia la calle, esa fría compañera cuando estás solo, esa calidez que brota de las calles cuando las alumbras con carcajadas. O quizás decidas quedarte en casa, descansar de todas las desilusiones que un día ensombrecieron la luz del sol que ahora se pierde en el horizonte.

Hubo noches para todos tus sentimientos. Días que se perdieron en sueños vanos, un tiempo que querrías recuperar y que no va a volver, un poco de felicidad, un cambio en el momento justo y la necesidad de haber virado en tu rumbo en algún momento del pasado.



Ves a través de las ventanas de tu memoria los días en que fuiste feliz y no te compensan por cada lágrima que derramaste por esas personas. O al menos, eso piensas mientras una mancha negra recorre tu mejilla una vez más. No hubo ningún final feliz, sólo fantasmas de un pasado que no hacen más que regresar para hacerte llorar como una niña.

Y la puerta se abre para iluminar una habitación sin ventanas, una jaula de espejos donde en nuestro reflejo nos vemos abrazados. Tu rostro enrojecido, oculto para que no se crucen nuestras miradas y vea que has vuelto a llorar, pero yo ya lo sabía desde que dejaste aquella rendija de luz, desde que me sonreiste por última vez con ironía, una sonrisa acompañada por la sombra de tu silencio.

Te calmas, miras al espejo y nos vemos los dos, abrazados fuera del tiempo, como si los segundos que pasaran sólo fueran una misteriosa maquinaria inventada por el hombre para hacernos esclavos de un invento. Y en ese cristal vemos pasar la vida que nos ha tocado, a nuestra agridulce infancia, a nuestra sentimental y dolorida adolescencia, a nuestro paso a la madurez áspera y fría. Es como una ventana al tiempo que siempre quisimos tener...



...el tiempo que ahora tenemos.  

Ese tiempo que se esfuma como quisiera que se esfumaran tus lágrimas: para siempre.


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