viernes, 28 de diciembre de 2012 2 comentarios

Entre los recuerdos de tu nombre

No voy a negártelo. He pensado en la muerte. He pensado en el final de un camino, en un mar inmenso, he pensado en todos los que ya esperan. Incluso les puse voz a través de mis palabras. Tampoco te voy a negar que he pensado en el tiempo, que me siento preso, que me aprieta en sus cadenas. Que un reloj es tan sólo muestra de la esclavitud a la que nos atamos. Una cruz que va pesando cuanto más piensas en ella.

Pero tampoco voy a mentirte. También he pensado en ti. He pensado en el camino que vamos a recorrer juntos, en los ríos por los que paseamos, en todos los que nos abandonaron y en aquellos que nos acompañan. Incluso he querido retratar los sentimientos vividos en cada texto que mis dedos pasearon como una melodía por las teclas negras de letras blancas. Voy a decirte la verdad: soñé con el futuro, con agarrar tu mano para no soltarla y no sentirme atado. Que un anillo será sólo la muestra de que decidí sobre mi destino. De que, llegado el momento, me convertí en amo de mi sí y en sí supe que te amo.

Y si pienso en tu nombre, huelo al mar que nos vio crecer, veo el cielo de nuestros atardeceres encerrados en papel, o en pantalla. Y si pienso en tu nombre, también veo el horizonte donde ese mar y ese cielo se unen. Y si pienso en tu nombre, será que no puedo tocarte, será que no puedo acariciarte, será que no puedo sentirte, tan sólo en el recuerdo de tus sílabas.

Debo serte sincero: el olvido nunca llegará. Todo ha quedado bajo tu marca. Como una luz que ha escondido a la sombra y ahora lo baña todo. Quemas con tus manos mis recuerdos y los grabas en un rincón donde las olas no llegarán a ocultarlas. Y sé que moriré -desdicha de todo hombre- recordándote. Y no creas que eso me duele, no malpienses, porque te intento expresar que esa es la mayor alegría con la que podré vivir: saber que durante todos esos días señalados desde algún momento inocente amé, amo, y fui amado, soy amado. Y nada hay mejor que saber que fue cierto.

Y no habrá, ni hubo, ni hay ningún error en pensar que es, fue y será un acierto.

El cielo está estrellado, dijo Neruda. La luna en el mar riela, dijo Espronceda. Y nosotros compartimos una luna con su inseparable estrella.
 

No será la que más brille, no será parte de ninguna constelación importante. Quizás sea un punto insignificante, si alguna luz en nuestro universo puede serlo. Pero no importa, será nuestra promesa. Será el punto que ambos compartimos en la cima de alguna vocal. La inseparable compañera de una luna que siempre está pendiente de su estrella.

Sólo tengo la certeza de que nos iremos y aún seguirá la estrella brillando, aunque muriera hace milenios, emite su luz a todo el universo, expandiéndose a distancia, dejándonos ver la belleza de algo que no debería tener tiempo y lo tiene.

Mi deseo es proyectar tu nombre como esa luz. Sellarlo en el acero, atarme al cielo, ser un loco. Porque es de locos amar y no quiero estar cuerdo si no puedo hacerlo. No sé adónde nos llevarán nuestros pasos, pero espero construir el cielo contigo. Cada 28 de diciembre alzar de nuevo las alas, con más fuerza que la anterior ocasión. Y volar juntos cuando llegue el alba.

sábado, 1 de diciembre de 2012 0 comentarios

Unas últimas palabras

La ventana sólo le traía los recuerdos de una vida fugaz. No estaba preparado para irse, nadie lo estaba. Pero no podía soportarlo más, el dolor había ganado la batalla, la enfermedad lo arrastraba entre la oscuridad de una luz que se escondía entre las cortinas. Miraba hacia la profundidad sin saber qué veía. Aunque sabía perfectamente qué quería ver, una imagen difuminada, una imagen que le transmitía a la par alegría y tristeza.

Lo había acabado por asumir. Que se iría, que se estaba yendo. Y aún así, no pasaba un segundo sin lamentarlo, sin intentar saborear cada último destello de luz que sus ojos le permitieran ver. Quizás algún cabello rubio, quizás una niña llorando, quizás sus dos niños pequeños, un futuro incierto que dejaba en manos de quien más había amado. De por quién había sido capaz de iluminar un camino con las luces de la esperanza. Y apagar todas esas velas con un aire mortífero, un último aliento que teñía el dorado en luto. Tiempos felices que se deshacían como cualquier sonrisa en los últimos meses.


Un momento de descanso en mitad de una agonía, unos segundos que sabía que serían los últimos. Podría llamarlo un regalo de Dios, él, que creía, que siempre tenía la sonrisa y el hombro para apoyar. Otros sólo tenían lágrimas dedicadas a una larga enfermedad y a un breve momento de lucidez. Alguien le cogió de la mano. Pudo notar la humedad, sin saber si sería por el frío de un invierno anticipado o por las lágrimas recogidas en la palma de quien agarraba su mano en aquella tragedia anunciada.

Se había despedido. Había podido dedicar unas últimas palabras a cada uno de sus hijos, a su esposa. Había podido sentirse bien consigo mismo y, sin embargo, sólo tenía lamentos. Una vida truncada cuando más podía vivirla. Nunca vería nacer a sus nietos ni crecer a sus hijos, pero estaría siempre presentes entre ellos. No pudo llegar a imaginar todo lo que sucedería. De haberlo hecho, se hubiera reído, con ironía, con elegancia, con la simpleza de un hombre que siempre había creído en las ilusiones de la vida.

Muchos serían los que después de aquel día se preguntaran qué hubiera ocurrido si él, con su forma de ser, con su alegría, con su cercanía, siguiera entre ellos, siguiera caminando por las calles sabiendo con sólo un vistazo qué talla le vendría bien a cada cual.


-Tengo que pedirte perdón -pensó que decía, sólo balbuceaba medio inconsciente mientras alguien apretaba su mano con fuerza- nunca pensé que te daría este regalo. Nunca deseé sentirte llorar en Navidad, siempre pensé que este momento era para brillar, para recordar lo buenos que podemos ser aún cuando creemos que no lo somos. Siempre pensé que -tosió- era el momento de las sonrisas de los niños. Y ahora sólo oigo el llanto de mi Magdalena, siempre llora, siempre tiene miedo, y ahora no estaré para recordárselo, ni para abrazarla cuando me necesite. Tampoco podré ayudarte con ese nervio, ni podré levantarme una noche a ver qué le ocurre al pequeño. Lo siento, siento que lo que yo quería se pueda convertir en un peso para ti, pero espero que seas la mujer estupenda con la que me casé. Que sepas encontrar la vida que te mereces y que nunca me olvides, pero que no te retenga. Sé feliz, porque te lo mereces.

Dejó de intentar sujetar su mano. La luz se apagaba. El eco de una voz que le llamaba y él sólo sentía que las arañas que recorrían su cuerpo detenían su deambular. Y de esa forma, entre sollozos, ante la vista de los presentes, dejó caer sus párpados, dio un suspiro, intentó sonreír y nunca más volvió a levantarse.

Y de esa forma, la vida de todos cambió de rumbo, partiendo desde aquel cambio y regresando, de forma inevitable, a ese punto. Porque su sonrisa, su alegría, la persona que se había ido, había dejado una huella en forma de ausencia para todos los años venideros.

sábado, 17 de noviembre de 2012 0 comentarios

Los límites de mis letras

Quisiera expresarte en una imagen, en un movimiento de cámara, en un pincel, lo que nunca podría explicarte sólo con palabras. Nunca nada es suficiente para expresar lo que llevamos tan adentro de nuestra piel, y a veces ni siquiera una caricia puede llegar a tocarnos el alma. Hay en nosotros un tornado en expansión que quiere salir y liberarse, el espíritu del arte que llevamos dentro, la expresión de un algo confuso y confundido. No sabemos cuál será el fin y queremos creer que sabemos lo que buscamos. No hay metas en un círculo, no hay líneas rectas tan cortas como nuestra vida. No hay caminos que acaben en un atajo, ni atajos que nos devuelvan al camino.

Queremos volar. Inventamos un metal para hacerlo, pero nunca seremos lo que quisimos. Como un placebo que te indica que todo lo que has hecho tiene sentido, como una ilusión de que tu trabajo ha servido para algo. Una muestra de amor a la vida, cuando en la vida la máxima muestra de amor es la muerte. Que muchos tuvieron que morir para que tú pudieras vivir. Dijo el poeta que no existían más espadas que los labios, ni más destrucción que el amor.


Lo único que sé es que estoy perdido en un punto errante de un lugar que nunca podré imaginar. Una capacidad mayor que mi propio pensamiento, un logro que nunca podré tocar. Una mota de polvo que me encarcela, que me ata, que me hace ser... lo que nunca seré.

Me fundiré con esta tierra, me convertiré en ella. Y cuando el cielo se caiga, aún ahí, seguiré formando parte de un todo en el que ya no seré yo, sino las letras que siempre te escribí y que nunca leiste para mí.
viernes, 21 de septiembre de 2012 0 comentarios

Estudiante V: Volver

Cuando miraba a su alrededor sólo veía recuerdos, tristes o alegres, pero recuerdos de otros tiempos pasados. Era el lugar donde lo había vivido todo, desde sus mejores risas hastas sus peores lágrimas. Allí aprendió a sufrir y también a levantarse. Allí quedaban marcados entre antiguos regalos las relaciones que se olvidaron en el insípido y mal nombrado odio. Cerraba los ojos y tan sólo pensaba en otro lugar, a noventa kilómetros de distancia; un lugar donde no hay recuerdos tan profundos que se claven dentro de él.

¿Por qué se le hace tan fácil vivir solo y tan lejos de casa? Porque allí donde está puede comenzar una nueva vida: ya no ser quien fue sino quien quiere ser. Sin fundamentos, sin apariencias. Vive la realidad de querer saber donde está y mantenerse como quien es. Se sorprende de que al volver a casa, todo sea distinto y, a la vez, tan semejante. Reencontrarse con viejos conocidos tiene ahora un cariz distinto; aunque en verdad apenas los viera antes, ahora cuando los ve la experiencia se nota distinta, como si fueran personas diferentes, de un remoto pasado que quizás quiere olvidar. Todo parece diferente, pero, en el fondo, él se siente el mismo

 
Ha ido y ha vuelto tantas veces que se está haciendo hombre de dos espacios alejados entre sí. Y ahora está parado en la frontera. Allí sentado, mientras el último autobus de la tarde llega para que pueda regresar a su nuevo hogar, él sigue esperando. En aquella estación donde recuerda todos los trenes que pasaron y las ocasiones que se marcharon para no volver.

Él ya tenía un nuevo billete en la mano. En aquella ocasión, no iba a desperdiciar ningún segundo. Porque si lo hiciera, nunca podría perdonárselo.
martes, 11 de septiembre de 2012 0 comentarios

Nos

¿Alguna vez te has visto a ti mismo rodeado de oscuridad? Allí, quieto, en medio de una oscuridad que no sabes de donde procede, pero que te rodea, ignorando qué hay más allá. En ese momento podemos hacer muchas cosas, algunos deciden quedarse quietos, esperando que alguna luz ilumine la habitación, otros comienzan a llorar con desesperación esperando que alguien los escuche, en otros casos hay quien comienza a correr buscando alguna salida. Tarde o temprano esos que corren pueden optar por quedarse quietos también, incluso de romper a llorar de la desesperación. Pero en otras ocasiones chocan con alguien, una persona que también forma parte de esa oscuridad que nos rodea, pero que comienza a formar parte de nuestro mundo cuando le damos la mano.

Y en ese momento, aunque la oscuridad nos sigue rodeando, comenzamos a caminar, sin huir, porque ya hemos encontrado a alguien que nos sostendrá cuando decidamos quedarnos quietos, a alguien que nos ayudará a seguir cuando queramos llorar. Incluso a alguien que nos dará motivos para sonreír. Sin embargo, no todo es luz en la otra persona. Todos tenemos una oscuridad que nos rodea, que surge, en gran parte, de nuestro interior, y acabamos por discutir, por invadir con nuestra oscuridad la oscuridad del otro. Esto ha provocado que muchos, de nuevo, se abandonen a esa soledad trágica donde sólo queremos correr, estar quietos expectantes o llorar.


¿Y qué buscamos realmente? Nada, realmente. Todos tenemos un tiempo, un tiempo concreto, y después nos abandonaremos mientras la oscuridad nos devora. Entonces, ¿qué pasará con nuestros pasos perdidos en la sombra? ¿Con nuestras lágrimas? ¿Con nuestra esperanza? Nada, no pasará nada. Porque todos nuestros problemas serán como el polvo que se disuelve entre tus manos. Desaparecerán.

Quedarán entonces las luces que encendimos en nuestro caminar. Quedarán los recuerdos en las otras personas a las que tomamos de la mano. Quedará el presente escrito en forma de pasado. Y la oscuridad tomará forma de palabra escrita. Y seremos velas que permitan leer cada una de esas palabras, en una historia que hablará de todo lo que hicimos, para bien o para mal. No habrá futuro, no habrá problemas. Porque toda nuestra historia se escribió en nuestra vida.

Sufrir por nuestro presente sólo alienta que, cuando éste sea pasado, sea demasiado tarde para descubrir que perdimos el tiempo sufriendo. Hay gente que espera quieta, expectante. Pero incluso en esa espera, hay cientos de luces por encender para poder ver a la persona que nos tomará de su mano para llevarnos lejos. A un lugar más allá de las fronteras de nuestra propia oscuridad.
martes, 28 de agosto de 2012 3 comentarios

Un árbol de siete años y veinte meses

No podía dudar. Él se había forjado una imagen de la vida y ahora, en ese instante, dudaba. Y no podía. No debía dar marcha atrás, destrozar todo lo que había creado a su alrededor, la proyección de un mundo que a él le parecía perfecto. Y, sin embargo, allí estaba. Viendo todas sus imperfecciones. Como si su puzzle hubiera sido despedazado en piezas, pero no le importara. Porque eso era lo realmente interesante: no le importaba perder ese mundo, porque otro se estaba creando entre sus restos.

Y los ladrillos que habían compuesto su vida se derrumbaban para dejar paso a un nuevo edificio, uno hecho desde la tierra, como un árbol. Las raíces siempre habían estado ahí, eso él lo sabía. Pero tanto tiempo negándolo, tanto tiempo sin regar aquellas ideas, habían hecho que desaparecieran en lo más profundo de su ser. No le importaba ver cómo todo se derrumbaba, le gustaba más ver aquel árbol que crecía, aquella nueva vida que comenzaba, que recomenzaba, donde tanto tiempo atrás otros habían decidido talarlo. Y sonreía como un chiquillo, se sentía así.


Ahora recorría parajes que nunca hubiera pensado que recorrería, conocía a su alrededor personas que le iban a sorprender. Pero, sobre todo, no estaba solo en aquel lugar. Ella había sido precisamente quien, con su fuerza, había alcanzado las raíces de la perfección. Y ella era, precisamente, como ese árbol que florecía: siempre había estado ahí. Y deseaba seguir estando según pasaran las estaciones, perenne, sin perder nunca sus ilusiones, sus sueños, sujetándose, a su vez, a ese árbol que juntos habían logrado crear. Él con la semilla, ella con su amor. Y juntos, únicos.

Se conocían aún cuando él no tenía murallas a su alrededor. Pero cuando se crearon, ella fue la única que siguió caminando entre las almenas. Ahí de forma constante, expectante de la construcción de un ser que le desvelaba los rincones de su edificio más personal: su vida. Ella nunca había dudado de él, aunque dudaba de sí misma. Él, escondido de sus sentimientos, la sujetaba. Habían sido imprescindibles el uno para el otro y habían tardado años en darse cuenta, hasta que la evidencia les llevó a unir sus manos y tirar los muros de sus antiguas vidas. Enterrar las dudas, hacer crecer un árbol, escribir sobre su amor, y esperar a acabar su vida juntos contemplando cómo el fruto maduraba en aquella frondosa relación que dejaba tras de sí estelas de sufrimientos y alegrías a la par.


miércoles, 22 de agosto de 2012 0 comentarios

Un día más

-¿Me cuentas una historia?
-¿Cuál?
-Invéntala.

Tardé unos momentos en hacerlo. Hablaba con los ojos cerrados, imaginando lo que estaba diciendo, y mientras tanto le acariciaba lentamente la cabeza.

Poco después, Michela se durmió. Sin dejar de acariciarla, yo también me fui adormeciendo poco a poco. Sucede. Cuando me desperté, me levnaté y fui a lavarme la cara. Cogí el rotulador que había comprado y escribí en los azulejos de la ducha: "Es maravilloso pasear por donde tú me has llevado".
 

Para tranquilizarla, añadí a continuación: "El pensamiento es indeleble, el rotulador no".

La casa estaba sumida en un profundo silencio. Apoyado en el quicio de la puerta de su dormitorio, la contemplé mientras dormía. Me había vestido ya para salir. Llevaba la mochila con el ordenador y los cascos del iPod, que había encendido. La observé mientras los Radiohead tocaban "Creep" en versión acústica. Su cara, la mano junto a la boca, la hacían parecer una niña. Inmerso en ese viaje de imágenes y de sonido me preguntaba: "¿Quién eres? ¿Quién eres de verdad? ¿Por qué tú? ¿Por qué ahora? Te acariciaría en este mismo instante si estuviese seguro de no despertarte, de no arrancarte del sueño. No entiendo por qué me siento así contigo, por qué todo resulta tan natural entre nosotros".


Un día más, de Fabio Volo

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martes, 21 de agosto de 2012 1 comentarios

Llamada perdida

Suena el teléfono, como tantas otras veces, su melodía. No sabes qué quiere, no sabes siquiera por qué te llama, por eso dejas que suenen los toques: doce. Como las campanadas de esta noche. Ves su llamada perdida, entre tantas otras, y sólo piensas que podrías haber respondido. Quizás un "Hola, buenos días, ¿cómo estás?", pero sabes que ella te habría colgado, porque su simple llamada, esa melodía que te recuerda a ella, es un "Hola, buenos días, ¿cómo estás?".Vuelve a llamar y ya no sabes si es por pereza o por desgana, quizás porque no sabes qué decirle, dejas que vuelva a sonar la melodía, como si el tiempo no transcurriera, como si cada segundo de ese compás no fuera a ser el último.

Como si tuvieras miedo de que al descolgar el teléfono te fueras a enfrentar al destino inevitable. La melodía se apaga, ves su imagen en la pantalla oscureciéndose. Pasan cinco minutos y sabes que no va a volver a llamar, que quizás ya te ha dado por perdido o quizás por muerto. Sonríes nervioso mientras marcas su número, suena una vez y cuelgas.Te quedas quieto, mirando la pantalla, ella te responde y tú te encuentras feliz en tu pequeño mundo de llamadas y respuestas... un pequeño mundo sin riesgos, sin miedos, sin temores...


Un pequeño mundo que desearías que fuera más grande si ella te descolgara el teléfono, escucharas su voz diciendo: ¿Qué quieres?

Y tú pudieras responderle: A ti
domingo, 12 de agosto de 2012 0 comentarios

La mariposa que amaba a una farola

Érase una vez una mariposa. Pero no era una mariposa especial, ni siquiera sus alas eran bellas, incluso había quienes al verla pensaban que sería otra clase de insecto. Era una mariposa corriente, enamorada de una luz corriente. Era su luz. Una luz brillante, de esas que te atraen sin más, sólo por ser algo tan reluciente que no puedes evitar que tus ojos se fijen en ella.

La mariposa, sin embargo, no era la única que se había fijado en aquella luz. La farola, su farola, siempre estaba rodeada de otros bichos, algunos mucho más hermosos que ella. Había otras mariposas blancas, algunas de varias tonalidades, incluso alguna libélula que no podía evitar sentir envidia de aquella luz que ella no podía llegar a ser ni en la noche más oscura.


Y la luz, protegida por cristales, deslumbraba a todos con sus mejores destellos, emitiendo a su alrededor un halo arcoiris. Era la reina en lo más alto de una torre coronada. Los veía a todos admirarla, sentía los celos de algunos y los deseos de poseerla de otros. Así pasaban las horas, hasta que ella se iba a dormir y todos desaparecían. Todos, menos la mariposa, que se acercaba entonces, incluso cuando la luz ya no estaba, incluso cuando el sol reflejaba sus rayos en los cristales que protegían a la luz y la mariposa podía verla apagada, escondida en su deseo más recóndito.

Uno de esos días, quizás cuando la mariposa ya había perdido la esperanza, quizás cuando el tiempo de vivir la llamaba a un fin irremediable, entonces quitaron un cristal. Y ella pudo dormir al lado de la luz apagada hasta la noche, cuando se encendió.

La luz le sonrió y ambas se fundieron en un abrazo incandescente. Porque la luz sabía que ella había estado allí incluso cuando todos la habían abandonado. Y porque la mariposa sabía que toda paciencia y perseverancia conseguía su triunfo. Entonces la luz se apagó por siempre y la mariposa no volvió a volar.
miércoles, 8 de agosto de 2012 0 comentarios

Estudiante IV: Rutina

Es la una, marca la hora
con un bostezo vano
que en el aire se ahoga.


Con un bostezo entre los labios, se piensa el filósofo niño. Con amargo desatino mira el reloj nervioso, esperando el momento para levantarse y poder marcharse de clases magistrales con tono de tartamudeo, se nota que le tiemblan las manos aunque mantiene la voz serena cuando se pierde entre las palabras de su viejo y polvoriento libro.

De esta tortura llegan las dos
entre silencios y ruidos,
pronto todo se acabó.


El timbre insonoro agita las mesas con nerviosismo. Los lapsos de sueño se quedan en las mesas mientras la actividad bulle por las arterias del joven, pero insano, corazón de nuestro prematuro escritor. Recorre los pasillos con cierta ansia, se pierde entre las agujas que se clavan en la hora que le matan. Sólo quedan puertas cerradas y un cartel que marca la Salida en un tono verde le abre la entrada a un aire frío y pesado que se le clava en los pulmones al caminar. Piensa en tercera persona y cree haber crecido cinco años en diez días. Lleva ocho años con canas y sólo espera que sus hombros se cubran de nieve por primera vez.

Y así pasan las tres,
cuando nadie lo esperaba
y sin nada que comer

 
Saca la billetera y mira con pena los papeles de colores por los que la gente llega a matar. Agarra unas monedas y las cambia por otro papel blanco, insustancial. Quiere alimentarse del viento, pero éste le da la espalda para dejarlo bajo un sol vengador, que aquí hace arder la noche en un hielo ardiente distendido entre rayos que, con parsimonia, te marcan un punto en tu nuca.
Cuando pasa el desfile de personas insanas, se unen estridentes sonidos de cuerdas y flautas en una conversación que limpia las asperezas de un día monótono en el que el autobus se pasó tu parada porque decidió tomar la curva como si fuera una recta.
No se acuerda del menú, pero hace tiempo que poco le importa lo que en su plato colocan. Vive estudiando lo que murió olvidando.


Marcan las cuatro
en donda la mesa sirve
los cafés de todo el año.


Se deja caer sobre una mancha chocolate en un vaso arrugado. Él no bebe, no tiene edad. Es el joven que quiso ser viejo y cuando fue viejo seguía siendo joven. El amargo sabor no pasa por su garganta, él prefiere el dulce recuerdo de cuando se despertaba un sábado y sonreía por el olor de una tableta hecha líquido.
Entre Uno y otras cosas Triviales, se pasa la tarde esperando que dejen libre el campo verde por el que no podrá caminar, pero adonde empujará con empeño los números que le siguen pese a que él decidió poner tierra de por medio metiéndose en una relación de amor por las letras que hoy se dedica a escribir sin descanso, bajo el dictado y el dictamen de alguien que se aprendió la lección a base de plagiar su propia sangre.

Agarra un número ocho, aunque le daría igual ser en la lista un veinte. Quiere tumbarse y dejarse llevar a un mundo onírico, donde los textos sean frutos que de un árbol de nombre sintaxis, se conviertan en manzanas prohibidas que pueda tirar sobre quien pase bajo su ventana para hacerle salir; no quiere fonemas que no digan nada, vive de los lexemas de la vida, aconsejando los consejos que otros consejeros quieren aconsejar.

Son las cinco
y con ellas
llega el olvido


No sé quién soy ni quién dejé de ser, estoy perdido en un lugar que no conozco pero que pude comprender. Porque las cuatro partes de la vida son tres, que son dos: aprender. Acabé de estudiar, mas en mi vida jamás podré acabar de aprender.

El reloj se ha parado
marca las doce,
voces o gritos arrimados
marcan su morte.


Abro los ojos y me pregunto: ¿eso fue ayer o sólo ha sido un sueño? Estoy en Literatura, el profesor tartamudea.

Es la una, marca la hora
con un bostezo vano
que en el aire se ahoga.
viernes, 3 de agosto de 2012 1 comentarios

Entre caballeros

Todos los presentes sabían que había caído en desgracia. Era un hombre detestable, con un aliento que desprendía alcohol a su alrededor. Vestía un traje viejo, de la época en la que fue un caballero admirado. Sus canas se habían rebelado y se escapaban del sombrero polvoriento que llevaba sobre su cabeza. Sus manos de dedos largos y finos, estaba consumidas por arrugas y arañazos mal curados. Sus ojos se ocultaban detrás de unos cristales mugrientos, cuya montura estaba oxidada. Sin embargo, lo que llamó mi atención fue el contraste entre sus zapatos y el resto de su cuerpo. Negros y relucientes, con las cuerdas atadas en un nudo perfecto, tan elegante como hubiera sido él años atrás. Con una delicadeza femenina, apartó las gafas de sus ojos que, clavados en mí, parecían rugir, quemarlo todo. El silencio, vivo espectador de aquel encuentro, hizo que escuchara mis propios latidos, lentos.

-Hola, maestro.

Su presencia siempre me hacía sentir más pequeño. Retroceder los años vividos, las experiencias, la vida rebobinaba en su presencia hasta un aula marginal de un barrio pobre. Y él, delante de aquellos niños sin futuro, con su traje impecable, sus perfectos zapatos negros, su sombrero colgado en la percha rota, dejando al descubierto una corta melena oscura. Y su sonrisa. Aquellos deslumbrantes dientes que se mostraban tan sinceros y tan juveniles. Él nos enseñó las herramientas para la vida, nos inspiró para soñar, nos dio la vida que no teníamos en apenas unas horas a la semana. Todo como una beneficiencia de un rico empresario, su padre, que costeando sus estudios liberales en el extranjero, le permitía aquel experimento en un lugar donde no llamara la atención. Y gracias a él yo había llegado hasta donde estaba, en mi cumpleaños, rodeado de gente tan glamurosa como detestable, mientras que él había sido olvidado por una sociedad que no quería gente que creara sueños para los demás. Yo nunca lo había podido olvidar, pero ahora todo era distinto, todo salvo sus zapatos. Los mismos con los que un día lo enterramos. Él asintió y yo suspiré por última vez. Son curiosas las formas en las que la Muerte se nos presenta.

lunes, 30 de julio de 2012 0 comentarios

Anhelo

Hay fronteras que no pueden atravesarse. Cielos que nunca podremos alcanzar. Estrellas que arden para no dejarnos tocarlas. Hay anhelos imposibles de superar.

El anhelo de tu pelo, un mar de rizos, en el que navego para encontrar un beso. El anhelo de un abrazo cuando menos me lo espero. El anhelo de esa risa que no deseas que llegue, víctima de unas cosquillas que no quisiste tener. Anhelo tus enfados, pero sobre todo, nuestra reconciliación. Anhelo pedirte perdón en un susurro que estremezca tu piel. Anhelo que me preguntes si te quiero, como si no supieras la respuesta.

Anhelo tus sustos, tus sonrisas y tus golpes. Anhelo verme reflejado en tus ojos, porque me veo en ellos como no me veré nunca. Anhelo ver el atardecer y la luna contigo, en un sofá compartido. Anhelo ir a tu lado en el autobús. Anhelo nuestros problemas de cada día, porque superarlos es parte de nuestra vida. Anhelo verte huir de las cebollas y las moscas, de los mosquitos y demás bichos. Anhelo tus gritos en fa sostenido. Anhelo tus caídas, cada una de ellas.


Anhelo tu gesto cuando te tiro una foto, y anhelo que luego quieras verla. Anhelo que digas que estás fea y yo sepa que eres mi princesa. Anhelo verte llorar, aunque siempre espero que sea de felicidad. Anhelo enervarte con mi detallista organización. Anhelo hacerte de comer y regañarte cuando no has terminado tu plato. Anhelo perder contigo en un juego y anhelo ganarte después. Anhelo sorprenderte. Anhelo caminar por las calles de una ciudad que no es nuestra, pero que nos ha conquistado a los dos.

Anhelo tus pases de modelo, anhelo verte maquillándote, anhelo verte sin maquillar. Anhelo ver cómo te despiertas, siempre tan despacio, siempre con demasiada paciencia. Anhelo escuchar el despertador a tu lado. Anhelo tener una vida contigo. Anhelo soñar juntos, sea dormir en una misma cama o vivir un futuro que aún no ha llegado. 

Anhelo verte a mi lado y esperar verte ahí por cuantos años tengamos que vivir.
viernes, 27 de julio de 2012 1 comentarios

Motivos para sonreír

En los peores momentos de tu vida pensaste que todo era un agujero negro, que la vida no merecía la pena, que este mundo que te rodea es sólo algo que te hace daño, un lugar donde desearías no estar, donde ni siquiera quisieras traer a nadie más, porque nadie, piensas, nadie merece este sufrimiento al que todos llaman vida. Las lágrimas son sólo parte de un decorado que no aprecias, el único reflejo del dolor que te aprisiona el corazón y lo hace latir con fuerza, con tanta fuerza que impide que escuches nada más. Y ese sonido te aleja de los demás, piensas que nunca te entenderán, que ellos viven en un mundo más feliz, que nunca, nunca, han sufrido como tú. Te hundes en la negatividad de miles de días grises y no tienes motivos para sonreír. Todo lo que se expande a tu alrededor sólo una oscuridad que no alcanzas a ver.

Y no hay nada...


...que sea alegría en tu corazón.

Te pierdes entonces todos los motivos que tienes para sonreír.

Un atardecer. Una única foto. Alguien sonriendo. Un rayo de sol entre las cortinas. Un baile sin música. Un sueño bonito. Alguna canción olvidada en un rincón. La brisa de un día de verano. El frío que desprende el frigorífico en un día caluroso. Alguna comida deliciosa. Un comentario ingenioso. Un recuerdo único. La música de un concierto. Un viejo objeto que algún día olvidaste. Un juego infantil. Ver niños jugando en un parque. Un futuro deseado. Alguna ilusión aplazada. Un texto que te hace latir. Un número simbólico. Una voz que te emociona. Un viaje que nunca hiciste y lo estás deseando. Un proyecto en el que seguir trabajando. Un libro que espera en su página 75. Un perfume que te embriaga. Una respiración profunda y decidida. Un actor que olvide su guión y uno al que no le haga falta. Un mensaje que decidiste no borrar. Algún idiota del que ya no sabes nada. Un cumpleaños donde fuiste feliz. Un mes en el calendario que estés deseando ver llegar. Una puerta que siempre te dio miedo y que ahora puedes abrir. Todos los miedos que ya superaste y todos los que aún te quedan por superar. Todas las tonterías que algún día hiciste y todas las que sabes que acabarás haciendo. Un cristal que empañar y dibujar. Los trozos de algún puzzle por hacer. Un vaso de agua que te recuerde a mí. El último abrazo que recibiste y el próximo que te darán. Un beso que invisible se ha quedado marcado. Un chiste. Una imagen ridícula. Un error al hablar o un espejo al que sacar la lengua. Una vela que apagar. Una burbuja que estallar. Y todo un mundo de miles de cosas pequeñas que desearás enseñar a alguien a apreciar, aunque tú hayas perdido las fuerzas para apreciarlas.

Porque todo lo bueno se resume en el segundo en el que decidiste sonreír en vez de llorar.

Hay miles motivos para sonreír. Sólo tienes que buscar el tuyo.
martes, 24 de julio de 2012 0 comentarios

Solos

Llegó a casa y comenzó a quitarse la corbata delante del espejo. Después la chaqueta. Cada botón de la camisa. Miró la luz parpadeante de alguna llamada perdida y suspiró, pensando en todos los que lo habrían buscado para algún otro favor. Gente que, mientras esté bien, nunca querrá saber de ti. Esa gente por la que tantas personas que conoce han dado todo, perdiéndose lo más valioso: todos esos años de sonrisas, juegos infantiles y tiempos que sólo existen en fotos que se pierden con el fuego.


Un viaje más. Alejado de casa una noche más. Y deseando recuperar los brazos de quien no está con él. Descuelga el teléfono y la luz sigue parpadeando. Entonces decide esperar al buzón de voz, y es aquel timbre el que le sorprende, el que le hace levantar una sonrisa que mezcla la tristeza de las palabras que oye con la alegría de volver a escuchar su voz.

Ojalá pudieras estar aquí, hasta esta cama se me queda enorme sin ti. Echo en falta tu pelo al despeinártelo, tu voz infantil, tus suaves manos agarrando mi cintura, esa tierna sonrisa de anuncio... Por no decir tu presencia completa, tu calor. Echo de menos un abrazo bajo las sábanas, que me hagas cosquillas o, incluso, que te duermas sin querer. Qué ganas de abrazarte, de tocarte, de acariciarte. De robarte cada uno de tus besos. De compartir miradas que lo digan todo y amaneceres que no callen nada. De coger tu mano para caer rendida en tu sueño y poder sentirme completamente llena. A salvo. Y no despertar nunca de nuestro sueño.

Te necesito. Cada silencio me ahoga, y cada ausencia es un lastre que me va quitando la poca vida que puede quedarme entre estas cuatro paredes. Porque sólo quiero una vida, mi vida, y solamente deseo poder compartirla contigo. No necesito más. Porque quién me ha devuelto la ilusión, quién me ha hecho creer en mí misma y quién me ama, me respeta e, incluso, me mira como nadie antes me miró, eres tú. Y serás tú a quien siempre necesite conmigo. Nunca olvides que aquí, a tu lado, contigo estaré. Porque por todos esos momentos sé que te elegí a ti y que nunca me arrepentiría de volver a hacerlo. 

Y todas estas no son palabras vacías que se perderán en tu olvido, sino una verdad indudable que se quedará conmigo... hasta mi final.

Y la abrazó. Los separaran apenas unos centímetros, una calle o kilómetros de distancia, la abrazó. Quiso que sintiera aquel calor tenue y agradable que proporciona un solo abrazo, una caricia, un te quiero susurrado. Y decirle que la echaba de menos también, que con ella volvía a ser quien realmente era. Que sin ella sólo había máscaras creadas por un mundo que la parecía cruel. Como don Julián en los pazos de Ulloa, él se siente perdido entre la falta de valores en los que confiaba, y esas mismas personas que se lo enseñaron todo también fallaron. Y cuando todo falla, sólo le queda abrazarla. Confesar que podría recorrer todo el mundo junto a ella, sin caminos suficientes para ocupar todo el amor que le profesaba. Que se perdería en la oscuridad de sus ojos y en la suavidad de su piel.


Que buscaría una sonrisa detrás de cada lágrima. Y, entonces, reirían para la eternidad. Porque, a veces, reímos para la eternidad. Esa sonrisa es la que vale, sincera y única. Aún cuando todos piensan que la vida no merece la pena, hay cosas que la merecen.

Hay personas por las que vivir, hay momentos por los que vivir, hay vida más allá de todo lo que pensamos que es diversión. Y hoy él quiere abrazarla con más fuerza que nunca, hoy fue uno de esos días en que te apagas y no quieres nada. Fue una de esas noches para olvidar, envolverlas en velos de silencios. Porque a veces hay cosas que merecen el olvido, que no se merecen más atención. Porque cuando les prestamos atención a esas cosas, olvidamos las que relamente merecen la pena. Olvidamos que hay sueños que cumplir tomando la mano de esa persona a la que tanto quieres.

Se tumba en la soledad de un cuarto vacío que poco tiene que ver con lo que ahora es. Mira al techo fijamente y piensa que detrás de ese techo está el cielo, con una estrella y una luna que siempre le acompañan allí donde vaya, como el aire marino que tanto le recuerda a casa, que también le recuerdan a ella, a la que añora y echa de menos cada segundo que pasa más. Piensa que ojalá volvieran algunos días de un pasado donde hubo risas, pero también piensa que quiere que llegue un futuro donde las haya de nuevo. Donde ya no sea él quien necesite tomar la mano de otra persona, sino que una personita, un sueño, sea quien necesite sus brazos y su fuerza para seguir adelante. 


Dará igual el nombre, siempre que en la otra mano pueda sujetar a la persona que más quiere y querrá. Porque hay cosas de las que estar seguro, como cada fragmento de una cadena que forma una esclava, que juntos componen los eslabones de una vida que gira y gira, pero que nunca se ha de romper. Agarra el teléfono, marca su número y espera que, por todas las veces que él no estaba al otro lado de la línea, ella sí esté. Y comienza a hablar.

Cariño, sé que tardo en decirte las cosas, sé que te tendré que pedir perdón mil veces, sé que nos echaremos de menos, sé que sufres. Pero también sé que hay un tiempo donde todo eso habrá merecido la pena. Porque hay escalones que subir, escalones que a veces cuestan, pero están para subirlos, para superarlos. Cuando nos volvamos a encontrar, cuando nuestros brazos se fundan de nuevo, cuando volvamos a mirarnos a los ojos, cuando sintamos la calidez de nuestra piel, sabrás que todo eso sólo es una página que ha pasado. Que hay un tiempo feliz para los dos y sólo para los dos. Que hay días que superar y días que desearíamos que nunca llegaran a terminar. Que hay cielos que quisiéramos que se apagaran ya y cielos que quisiéramos que se detuvieran un segundo más. Que hay lágrimas que odiamos igual que otras que nos hacen sentirnos únicos. Y que hay voces que no desearíamos oír nunca y otras que estamos deseando escuchar por primera vez.
 

Que hay pesadillas que vivimos y sueños que deseamos vivir. Y todo llegará. Todo llegará mientras estemos juntos. Porque nada hay en esta vida de lo que esté más seguro.


Un fragmento de este texto pertenece a Confesiones de una noche de verano
miércoles, 18 de julio de 2012 1 comentarios

Estudiante III: Autobús

A veces, cuando miro a través del cristal del autobús, puedo observar una olvidada escena de niños corriendo mientras alzan los brazos como si fueran aviones, no parece preocuparles la lluvia que se agolpa en la ventana y que provoca que sus rostros se marquen tan borrosos para tí como los recuerdos de haber sido algún día como ellos.

Al contemplar a los niños, él no podía evitar pensar en cómo serían cuando crecieran. En cómo ese niño que ahora se divertía alzando los brazos y corriendo se podría divertir en el futuro que tanto él como ese niño compartirían. Se preguntaba cuánto cambiarían las niñas que se dejaban vestir con el uniforme de falda de cuadros y camisa blanca. Pero eran pensamientos breves y efímeros, porque todos ellos producían cierta nostalgia en él.


No nos preguntamos las cosas que nos parecen obvias ni tampoco aquellas para las que sólo las hipótesis son las respuestas. Pero sentado en aquel autobús, él se deja perder entre las incógnitas de una vida dejada atrás. Una vida que no vuelve, pero que siempre deja una puerta abierta al futuro.

Y saber que no estuve solo en aquel camino. Girar la cabeza al otro lado del autobús y encontrar tu sonrisa, y serenarme porque estás conmigo.

No recuerdo sus rostros, tan sólo que llovía, que el viento aullaba recuerdos y que sus caras me parecían la máxima expresión de la felicidad; y por ello, detrás del cristal del autobús, yo también sonreí.
sábado, 14 de julio de 2012 1 comentarios

El final del camino

Abrió la puerta del coche como tantas otras veces, entró en él y lo arrancó a la segunda. No iba a tener suerte tampoco aquella vez para poder arrancarlo a la primera. Y quizás esos segundos que tardó fueron decisivos.

La carretera avanzaba dejando atrás todos los edificios, mientras él miraba por el cristal de su coche la vida a su alrededor descrita en otros conductores, en otras vidas que nunca conocería, tan anónimas como él y sus manos sobre el volante. Sonrió porque tenía motivos para sonreír. Porque tanta lucha y tanto trabajo habían dado los frutos de un hermoso árbol que tantas veces creyó marchito. Ahora sabía que había un dios velando por él y que, con su ayuda, había llegado al final de un arduo y doloroso camino. Sabía también que él sería un nuevo instrumento para que otros pudieran superar aquel hoyo en que caían al consumir por primera vez cualquier droga, sin importar su nombre, aspecto, color…


La vida era estupenda. Eso lo había descubierto cuando había dejado pasar tantos años en balde, cuando se había perdido tantas cosas que ya no volverían… y tantas personas que ya no podrían verlo con los mismos ojos. Y aunque había renovado su vida, aunque se sentía nacer de nuevo, sabía que había perdido de forma tonta todo lo que nunca supo apreciar en su pasado.

Y ahora lo volvía a tener todo. En verdad, todo era ahora como debería haber sido. Aunque estaba lejos de su familia, lejos de todos los que quería. Era el precio a pagar de una vida dedicada a un vicio que le quemaba por dentro tanto como ardía todo lo que debió de querer. Y uno de esos soles que echaba de menos era una niña chica a la que deseaba ver con fuerza, a la que mandaba a su madre a ver de vez en cuando, para que no desapareciera el rastro de su voz en los recuerdos de una hija que, en realidad, nunca lo iba a olvidar.

Pronto dejaría de viajar tanto, había encontrado otro trabajo de contabilidad. La vida la sonreía también en el amor. Y su trabajo con el sacerdote era reconfortante para su espíritu. Sentía que pagaba una deuda que siempre había pesado en su alma.


Sonreía ahora por todas las veces que había sufrido. Y cuando cerró los ojos, vio a su hija, y supo que Dios lo llamaba ahora, cuando había viajado todo aquel peligroso camino a salvo, para que disfrutara de su superación pero hiciera sufrir a los suyos una última vez. Porque no volvería a verla, ni a tirarse una fotografía con ella, porque había perdido la oportunidad de recuperar sus seis años de vida. Y porque al final del camino sólo se veía la luz de las miradas de aquellos a los que había decepcionado.

Su coche no volvió a rodar por la carretera. Aquel agosto ardiente del 90 impidió que volviera a hacerlo. Un suspiro de su corazón fue lo último que se escuchó en el estruendo de un accidente que dio un vuelco al corazón a todos los que conocieron su nombre y su historia.
miércoles, 11 de julio de 2012 0 comentarios

Estudiante II: Atardece

Cuando los últimos rayos de sol golpean sobre Sierra Nevada y todo el cielo se inunda de un color morado entremezclado con el naranja que se refleja en las nubes y el azul se va perdiendo en las tonalidades de la oscuridad nocturna. 

El reloj marca los minutos que pasan mientras el estudiante pierde el tiempo observando cómo el sol desaparece. Una imagen que lleva viendo desde que tiene uso de razón, pero que, en aquel momento, se introduce por su retina y llega a la laguna de sus más íntimos pensamientos. 

El cielo se va apagando. Mientras, en el horizonte, se dibujan las últimas líneas de una mezcolanza de naranjas y azules que recuerdan las pasiones olvidadas del último invierno.


Aquella noche de principios de otoño, en la soledad de aquel lugar, sería el momento en que pensaría que su vida había cambiado. Y no había sido él quien lo había decidido, sino aquel atarceder que manchó el cielo de nuevas estrellas. 

Porque estuviese donde estuviera, aquel momento le recordaría siempre a casa.


Créditos de la foto a Mariela Bustos Ortega
martes, 10 de julio de 2012 0 comentarios

Mil nombres

No hay palabras cuando se intenta describir algo que es más grande que cualquier conocimiento racional de la mente humana. Hay cuestiones que trascienden a nuestro saber y que son parte de un lenguaje que desconocemos, pero que somos capaces de usar. Llegado el momento, y sin saber porqué, crece en nosotros un sentimiento que lo invade y lo cambia todo. Y desde entonces, no volvemos a ser los mismos.

Muchos han hablado de ello por enlaces neurológicos, otros han hablado de un espíritu independiente de la materia fría y gris, los más románticos optaron por llamarlo amor. 


Yo he decidido no llamarlo, porque si hay algo que merece no tener nombre, es esto. Si todo ello se describe en un lenguaje falto de palabras, pero lleno de miradas, falto de sílabas, pero lleno de abrazos, falto de letras, pero lleno de silencios, ¿cómo podría siquiera un sonido intentar recrear una realidad que escapa a nuestros manos porque está dentro de ellas?

Porque dibujamos, escribimos, suspiramos por ello. Lo llamamos de mil formas distintas, para retratar lo que sentimos, invadimos de tinta folios blancos, o de caracteres una pantalla vacía de ordenador. No nos sobran ganas de divulgarlo por todo el mundo, porque algo así nos llena de alegría, y a la vez, siempre tendrá una parte amarga, que nos deja invadir por la melancolía y la nostalgia, el anhelo de contar los minutos que quedan hasta que volvamos a estar extasiados por su presencia. Es la peor de las drogas y el mejor de los remedios. Y hasta pretendemos medirlo, cuando escapa de este mundo físico al que intentamos atarlo.

Al final, somos sus víctimas, y cuando es benévolo, decide bajar a nuestra materia y hacerse un cuerpo, una voz, unos ojos, otro corazón. Y descubriremos su nombre, el nombre de esa persona que lo representa todo y que cambiará tu vida como nadie, ni siquiera tú mismo, podrá hacerlo nunca.
viernes, 6 de julio de 2012 2 comentarios

Buenos días, princesa

Es una sonrisa con unos ojos cerrados. Son unos brazos en un anguloso arco cerrado e imposible si no fuera porque está sumida en un dulce sueño del que a veces se ríe y, a veces, se molesta. Apenas se mueve, como si hacerlo fuera un delito, y cuando lo hace sólo gira la cabeza, buscando huir de la luz que entra por las persianas que no recordó echar la noche anterior.


La observo con cautela, desde un lateral, la veo dormir con la tranquilidad de quien se siente seguro. Y no puedo más que sonreír al pensar que ella está allí, a mi lado, durmiendo plácidamente. Confiando en que no me iré, en que cuando despierte, seguiré allí. Confiando en que puede dormir tranquila, porque nada le hará daño mientras esté en este lugar.

Duerme sabiendo que está segura junto a mí, aunque cuando está despierta es su alma la que teme esas cosas que no quiere temer. Esos miedos que sólo se apagan cuando cierra los ojos y desvanece su consciente entre ilusorias imágenes de algún percance que nunca ocurrió.

Ahora duerme, mientras escribo. Espera que la despierte para decirle, como en aquella película, buenos días, mi princesa.



Pero la dejaré dormir un poco más, porque no hay cosa que me guste más que verla tan tranquila, en un mundo donde los miedos no existen.
jueves, 5 de julio de 2012 0 comentarios

Estudiante I: Despedida

A su alrededor veía la casa que iba a abandonar. No era la casa de sus padres, era la casa de su niñez, la casa en la que cada esquina tenía un recuerdo que se había borrado de su conciencia, pero que le traía a la mente cierta nostalgia inusual, como si el niño que habitaba en su interior estuviera llorando, igual que los ojos de quien se abrazaba a él en un emotivo adiós... o mejor, un hasta luego. Él se marchaba, dejando atrás aquel lugar en el que había pasado de jugar tumbado en el suelo en la más tierna inocencia a sentarse para hablar de decisiones en un sillón que, aunque quizás siguiera siendo algo grande para él, mostraba el camino hacia la adultez que estaba recorriendo. Aquella casa que siempre había estado a dos ascensores del hogar de sus padres.

Su cabeza giraba entre la voz de su abuela recordando tiempos que él no vivió y los ojos enrojecidos de aquella persona que lo había criado, su bisabuela, que aún no podía creerse que el niño que la dejaba dormir tranquila mientras jugaba en un imaginativo silencio se marchara a estudiar a la capital, a tanta distancia que ya no podría asomarse al balcón de su patio para llamarlo, siquiera para verlo, siquiera para saber si estaba bien. Hacía años que ya no vivía en aquel lugar, pero era ahora que se marchaba cuando ella iba a notar más su ausencia.


Y, en parte, fue en aquel momento en que él se percató de lo que dejaba atrás, mientras se dirigía a la salida y observaba al final del pasillo la cama en la que hacía tanto tiempo había dormido, el pasillo que tantas veces había recorrido... El hogar de una infancia perdida en el olvido.

Cuando abrió la puerta para irse, sintió que en ese momento era cuando había llegado a comprender el paso tan importante que había dado en su vida. Y que, en parte, no había marcha atrás.

Ya no volvería a jugar en aquel suelo, ya no volvería a correr descalzo por aquel pasillo, ya no volvería a dormir en aquella cama. Ya no sería más un niño. Y el silencio incómodo se apoderó de él. Sabiendo que, cuando subiera al autobus, dejaría atrás el pueblo en el que había vivido sin que éso le importara, pues el pesar más grande sería haber dejado atrás el tiempo de la inocencia, de las despreocupaciones, de los tiempos en que todo se arreglaba con las sabias palabras de alguien mayor.

Dejaría atrás todo éso... Porque ahora él sería quien mantendría la inocencia a otros, quien se preocuparía para que otros no se preocuparan, quien daría los consejos a quien los necesitara. Porque en éso se había convertido tras atravesar aquel camino y llegar hasta donde había llegado. Y no se arrepentía de ello. Es más, sólo se le ocurría hacer una cosa:


Sonreír, porque aunque atrás dejaba momentos maravillosos que no volverían, sabía que el resto del camino también estaría salpicado de situaciones por vivir y nunca olvidar.

Merecía la pena dar aquel paso.
miércoles, 4 de julio de 2012 0 comentarios

Ventanas a un tiempo que querría

Una habitación abierta por una rendija de luz de la puerta. No dejas ver mucho, no, pero sí lo suficiente como para saber que sigues ahí, despierta, delante de algún espejo, preparándote para marcharte hacia la calle, esa fría compañera cuando estás solo, esa calidez que brota de las calles cuando las alumbras con carcajadas. O quizás decidas quedarte en casa, descansar de todas las desilusiones que un día ensombrecieron la luz del sol que ahora se pierde en el horizonte.

Hubo noches para todos tus sentimientos. Días que se perdieron en sueños vanos, un tiempo que querrías recuperar y que no va a volver, un poco de felicidad, un cambio en el momento justo y la necesidad de haber virado en tu rumbo en algún momento del pasado.



Ves a través de las ventanas de tu memoria los días en que fuiste feliz y no te compensan por cada lágrima que derramaste por esas personas. O al menos, eso piensas mientras una mancha negra recorre tu mejilla una vez más. No hubo ningún final feliz, sólo fantasmas de un pasado que no hacen más que regresar para hacerte llorar como una niña.

Y la puerta se abre para iluminar una habitación sin ventanas, una jaula de espejos donde en nuestro reflejo nos vemos abrazados. Tu rostro enrojecido, oculto para que no se crucen nuestras miradas y vea que has vuelto a llorar, pero yo ya lo sabía desde que dejaste aquella rendija de luz, desde que me sonreiste por última vez con ironía, una sonrisa acompañada por la sombra de tu silencio.

Te calmas, miras al espejo y nos vemos los dos, abrazados fuera del tiempo, como si los segundos que pasaran sólo fueran una misteriosa maquinaria inventada por el hombre para hacernos esclavos de un invento. Y en ese cristal vemos pasar la vida que nos ha tocado, a nuestra agridulce infancia, a nuestra sentimental y dolorida adolescencia, a nuestro paso a la madurez áspera y fría. Es como una ventana al tiempo que siempre quisimos tener...



...el tiempo que ahora tenemos.  

Ese tiempo que se esfuma como quisiera que se esfumaran tus lágrimas: para siempre.


viernes, 20 de abril de 2012 0 comentarios

20 de abril de 2012

20 de abril de 2012.

Supongo que te sorprenda que te escriba, hace ya un tiempo que no dedico muchas palabras a escribirte, a desnudarte con estas palabras, será que muchas cosas han cambiado, que ya no somos como antes ni tenemos el mismo tiempo para todas las cosas que siempre quisiéramos hacer.

Ahora mis palabras rinden homenaje a los clásicos ilustrados, a los lingüistas más reputados y a las teorías de la lengua que abstraen todos los conocimientos que tenemos de la vida en simples términos que seguramente no te digan nada. Pero a nosotros siempre nos quedarán palabras que lo signifiquen todo, reinventando el diccionario con cada día que pase. Escribiendo una historia con el devenir de los días, una historia que sólo entendamos nosotros, marcadas con días tachados en el calendario y a través de las palabras que cada una nos recuerde.


Habrá sonrisas, lo prometo, y seguramente lágrimas, no puedo evitarlo. Habrá alegrías y disgustos, crisis y soluciones, un camino que tendremos que ir superando con nuestro avance, aprendiendo que los obstáculos se saltan, pero que no separan el camino.

En esta vida buscaremos el claro entre las nubes, superaremos la lluvia, soportaremos el granizo y gritaremos a los rayos para alejarlos de nosotros. Para buscar el sol en un día gris.

Pueden ser palabras de siempre, pero en el fondo, son las palabras únicas de un día que sólo se repite una vez cada año. Y nunca de la misma forma.

Tu ángel.

miércoles, 21 de marzo de 2012 1 comentarios

Día Mundial de la Poesía 2011

Para celebrar este día, ¿qué mejor que leer unos poemas?



Quiero que sepas
una cosa.

Tú sabes cómo es esto:

si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,

si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto

me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco

el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.

Pero

si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
Pablo Neruda 

Olvido en bohemia

La niña sueña con un poeta
y con sus noches de bohemia.
Pero al despertar se entrega
a los vicios de los que siempre reniega.
Va buscando en la bebida
todo lo que él olvida.

La niña sueña con un poeta
y despierta en su bohemia.
A las ilusiones bordadas
ella con su cigarro las quema.
Borra sus memorias sobre él
a base de distracciones en su hiel.
Pero la niña sólo sueña
y en verdad él no la espera.
 Luis J. del Castillo
domingo, 18 de marzo de 2012 1 comentarios

Princesa online

Descuelga el teléfono. En verdad hacía tiempo que no descolgaba el teléfono, ni nada similar. No, hacía tiempo que nadie la llamaba. Se había hecho ilusiones de la vida por internet, todo era una maravilla, comunicación sin límites. Claro que al final no comunicaba nada. Todo eran palabras, pero sin el contenido real que les otorga la calidez de una voz, su timbre, suavidad. Como unas sábanas recién puestas, blancas, como en las películas de los años anteriores a su nacimiento, esas que tanto le gustaban y por las que nadie dudaba de llamarla vintage, ya que se parecía a ellas, no sólo en aspecto, también en espíritu.

Y no le importaba eso, todo lo contrario. Le apasionaba vivir en un pasado actual, en una moda venida desde lo antiguo, pero rodeada de toda la tecnología moderna. Un mundo virtual, con corazones virtuales. Pero al final, como todos, ella también tenía sentimientos.

Se dejaba el alma en cada palabra que escribía, pero no encontraba respuesta en las miles que recibía. Era el silencio de lo absurdo: sólo el sonido de un teclado, de su música favorita, pero el frío. Ese frío. Nadie había sido capaz de acabar con él. La inundaba como el agua en la bañera, como el viento en un mal día de verano cuando le habían partido el corazón y sólo le quedaba escuchar las olas de un mar que sentía lejano aunque siempre había estado ahí. Era el unico sonido que la acompañaba cuando dormía y que le recordaba a otros tiempos felices. Donde no había tantas palabras, pero sí había calor.


Después de cien príncipes azules, prefería encontrarse un lobo que terminara el daño de mil besos malgastados. Pero nunca fue capaz de encontrar lo que buscaba, porque en el fondo sabía que lo que quería era un sueño. Y lo que menos deseaba era despertar.

Descuelga el teléfono.
-¿Pueden ayudarme? -quiso gritar, pero después de todas las palabras escritas, se había olvidado de su voz. Había olvidado lo que era una vida fuera de aquel cuarto.

Había olvidado tanto, que sólo le quedaba dormir escuchando el contestador automático de alguna persona con la que había hablado la noche anterior.

Un nuevo príncipe azul. Uno más para la colección.
martes, 13 de marzo de 2012 2 comentarios

Aunque todo termine

Envejeceremos según pasen los años. Nos acercaremos a la muerte con cada día que pase. Cada cumpleaños será el recuerdo que nos empuje a consumir las velas de una vida que terminará cuando menos quieras que termine. Seremos un tiempo en el espacio que ocupa un cuerpo inerte. Pura materia que se desvanecerá con el ocaso de los recuerdos. Todo acabará.



Y aún así, me gustaría que perdurara en el tiempo el recuerdo de este instante. Un instante que abarca desde el día en que te conocí hasta el día en que nos perderemos. El tiempo en que una vela se apaga. Los segundos en que una ola borra nuestros pasos. Tu rostro infantil en mi presente adulto, mi espíritu joven en tu futuro cercano. Y juntos en este sueño que espero que soporte el paso al polvo, a la tierra, a la nada... el tiempo en el que los años nos abandonarán.
martes, 31 de enero de 2012 2 comentarios

El día

Era 31 de enero de 1992. Una fría mañana invernal cercana aún al amanecer de un sol que despuntaba sobre una ciudad que había pasado días de mínimas temperaturas. Ese día, como tantos otros, ella se había despertado y había seguido su rutina. Sin embargo, quizás porque lo sintió, o quizás porque así debía ser, se decidió a dar por hecho que aquel era el día, ese que tanto había estado esperando. Todo comenzó con un simple dolor de espalda. Quizás no fuera nada más que eso: un dolor de espalda.

Pero a las 09:14 de la mañana de ese viernes 31 de enero de 1992 nació la criatura por la que había pasado aquellos casi nueve meses esperando. Casi nueve, porque él debía haber nacido el 14 de febrero, quizás se adelantara para evitar llamarse Valentín, quizás, simplemente, sería un reflejo de que su auténtico corazón estaría envuelto en el frío de un mes más invernal. Le pusieron el nombre de su padre, el que, a su vez, lo había recibido por un hermano de su madre y por la devoción que ésta tenía hacia Cristo: Luis Jesús.

Fueron unos tiempos extraños y, en cierta forma, complicados. Pero las ganas de vivir del niño recién nacido junto a la pericia de algunos médicos, lograron sacar adelante la vida de quien ahora escribe ésto, de quien tuvo que superar con un mes de vida una operación para seguir vivo. Como tantas veces ha tenido que superar los baches de una vida humana, como cualquier otra persona, pero siempre desde su particular punto de vista.


Mucho se ha hablado -sincera o falsamente- de él. Aunque tan sólo él puede estar seguro de lo que se cuece en su interior. Tampoco le gusta demasiado demostrarlo, quizás porque prefiere permanecer a un lado y molestar poco, ya era así de pequeño cuando, por miedo a despertar a los cansados adultos, jugaba con el silencio de su imaginación entre mundos que él mismo inventaba (quizás en éso no ha cambiado mucho).

Ahora se ve reflejado en esos niños que juegan algo apartados, como en su propio mundo. Un mundo único donde cualquiera podía entrar, cualquiera que quisiera recibir el cariño de una sonrisa, algo que siempre fue típico en esa niñez y que, con el tiempo, se ha fosilizado para los momentos donde mereciera la pena sonreír, reír, romper la carcajada. A vista de todos, es una persona seria. A vista de quienes lo conocen, es... bueno, él no lo sabe. Porque, después de todo, cada uno tendrá su propia y personal opinión sobre él. Y yo, obviamente, él, no puede saberlo para escribirlo.

Tan sólo puede hablar de todos los errores y aciertos que le han llevado hasta este lugar. Hasta una maravillosa ciudad llamada Granada. Hasta una vida universitaria y el comienzo de un proyecto de futuro en sus amadas letras. Hasta esos veinte años que han pasado intensos y, a la vez, tan breves.


Quizás porque cuando nos percatamos de ese tiempo que ha pasado, es como si no hubiera pasado: 20 años. Y parece que fuera ayer cuando sonreía en esa foto con aquella camiseta que me estaba grande, y ahora sonrío a la cámara cruzado de brazos, con ese estilo clasicista al que me he acomodado. Muchas cosas han cambiado, pero en el fondo todo sigue igual.

Él espera a que alguien se una a ese mundo propio, a ese sueño. Un sueño que ha compartido con muchos, pero que esos mismos han, por tantas razones, abandonado. Él, a veces, no los comprendió, y otras, sí. Pero al menos sabe que ahora, en este tiempo presente, que corre, y que siempre es el que importa, tiene a su lado a esas personas que tanto estima y que seguro sabrán quiénes son si leen este texto.

Comenzando por aquellos que le dieron el tesoro más importante que se puede dar: la vida.

Y terminando por aquellos que, de una forma u otra, alegran cada día. Ya sea con su presencia, con sus palabras o con su sonrisa. Porque él estará contento simplemente si no vuelven a caer. Y ahora comienza el año. Porque como dijo una compañera, nunca hay un día específico para comenzar un año: ¿qué importa que sea 31 de diciembre o 14 de marzo? Para mí será el 31 de enero.

Porque cada uno de esos 31 de enero, a las 9:14 de la mañana, será como si hubiera vuelto a nacer.

Y tendré que dar gracias a todos aquellos que, de una forma u otra, han hecho posible esta vida.



miércoles, 11 de enero de 2012 0 comentarios

Manual de instrucciones.

Las instrucciones no sólo se usan en manuales de productos. Podemos encontrar también órdenes de protocolo que nos enseñan desde que somos niños: no pongas los codos en la mesa, dobla bien la servilleta. También en la escuela teníamos normas: no hables con el compañero, no comas en clase. Y por supuesto, también hay recomendaciones para la vida: no bebas, no fumes. Cumple estas normas para vivir según las normas, pero no todas las personas las cumplen. Atiende a tu alrededor, observa a la gente y comprueba si todos hacen lo que deberían. Cree que sí, pero te aseguro que no. Sepa, querido lector, que no hay en la vida un manual de instrucciones.

Y si lo hay, debió perderse entre tantas otras cosas que se pueden comprar.

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